27 de julio de 2008

LA HISTORIA DE UN SENTIMIENTO (Final)


Hasta aquí he llegado con la transcripción de alguno de los capítulos del libro del Padre Casado. Es apenas el comienzo del relato de su vida, ya que fue ordenado con solo 23 años y continua con su llegada a Brasil, una realidad tan distinta de la que él había vivido; su vida religiosa; su curiosidad intelectual... Más tarde, cuando empieza, al abrigo de los nuevos aires del Concilio Vaticano II, a preguntarse sobre su papel de hombre y de cura, una reflexión que terminará al pedir la dispensa papal y la suspensión de sus votos, para casarse después con una joven, Mirtes Prato, a la que había conocido siendo aún sacerdote.

Don Joaquín Casado Castaño continua implicado en la vida religiosa y eclesial brasileña, tiene tres hijos (Marcos, Fabio y André) ya mayores y continua visitando Ayoó, el pueblo que le vio nacer. Sigue escribiendo (2007, “Nueva visión filosófica del pensamiento humano”) y publicando, da clases de Enseñanza Superior y colabora con el Ayuntamiento de su ciudad, Mogi das Cruzes, Sao Paulo.

El relato que hace de su vida en este libro me ha parecido interesante por si mismo y porque es un reflejo de la de otros muchos de nuestros vecinos. Aquellos que tenían predisposición para el estudio y ganas de seguir adelante, tenían pocas más salidas que optar por el convento para conseguirlo (y hablo de los varones, las opciones de las mujeres eran practicamente inexistentes). Muchos pasaron por el seminario y terminaron como curas o frailes. Algunos continuaron y otros lo dejaron en el camino.

Además, creo que es interesante esa narración de cómo eran las cosas en Ayoó hace 60 años, cuando no había ni agua en las casas, ni luz y las expectativas eran poco más que seguir cultivando las tierras o pastorear unas ovejas y ganar lo mínimo para formar una nueva familia.

Espero que hayais disfrutado de este relato, como lo he hecho yo. 

26 de julio de 2008

LA HISTORIA DE UN SENTIMIENTO (11)

LA PRIMERA MISA EN MI TIERRA NATAL


Aún estaban frescas las emociones de la Ordenación y ya nos preparábamos para otras. Estaban programadas las vacaciones para celebrar el “Canto de Misa” en mi tierra natal, el reencuentro con mi padres, parientes, amigos, que me vieron nacer y crecer.

La llegada al pueblo fue indescriptible por la admiración y por el respeto. En siete años de ausencia todo estaba cambiado. Los niños eran otros y los adolescentes de ayer ya eran, hoy, mozos adultos con familia constituida. Los abrazos y los besos de los padres y familiares hacían explotar el corazón. ¡Había lágrimas y sonrisas al mismo tiempo!

Aquellos que me vieron salir como un crío, no se creían la transformación que había vivido, volviéndome un Sacerdote y vestido con el hábito agustino. Solamente Doña Adélia, a quien ayudé a llevar el ganado al pasto, me dijo en repetidas ocasiones:

Yo tenía la certeza de que usted iba a ser Padre. ¡Su corazón es muy bueno!



Mis padres y hermanos, henchidos de orgullo y satisfacción, preparaban la fiesta del “Canto de Misa” como si fuese una boda. En su cabeza, yo me estaba casando con la Iglesia. Invitaron a todos los familiares y amigos que, claro está, era la mayor parte del pueblo, con cerca de 1000 habitantes.

Era verano y el sol brillaba con toda la fuerza. El templo se vestía con sus mejores galas, ostentando su famoso retablo dorado. Este retablo, con tres alturas diferentes y con nueve metros de altura, mostraba, para la veneración, imágenes de varios Santos, teniendo en el centro al Divino Salvador, Patrón de la Parroquia.

El 30 de Julio, domingo, un conjunto de músicos tocó la alborada a las 7.00h. A las 11.00h, nuevos acordes me conducían a la Iglesia, en compañía de los padrinos de bautismo, mis tíos Joaquín y Marcelina, y los demás invitados. Al llegar a la Iglesia encontramos a los invitados y los fieles congregados para asistir a mi Primera Misa Cantada. Los párrocos de los alrededores, especialmente aquellos que me vieron crecer, ayudarían en la Ceremonia. Había un orador oficial, el Padre Agustín Liébana, que en el Sermón cantó, con elocuentes palabras, la grandeza del sacerdocio, destacando mi esfuerzo personal por alcanzarlo.

Uno de los momentos más emotivos ocurrió cuando, en el momento de la Comunión, ví a mis padres arrodillados delante de mi, para recibir la Hostia que tenía consagrada: Tomad y comed, este es el Cuerpo de Cristo.

Antes del final de la ceremonia otra emoción más fuerte me hizo llorar. Era el momento del besamanos. Yo permanecía sentado en el centro del altar y con las manos abiertas sobre las rodillas, enlazadas en una cinta decorada, recibía a la comunidad para besarlas. En el instante en que mi padre y mi madre se arrodillaban para besar mis manos, mi corazón se estremeció y las lágrimas corrieron abundantes por la cara.

Las emociones y los sentimientos fueron tantos que inspiraron este modesto poema, compuesto por mi en aquella época, y recordado hasta hoy:

Yo quiero albura de nieve
para mi primer altar
porque me encanta la nieve
de belleza sin igual.
Quiero un mantel blanco y puro
quiero un limpio Corporal,
y quiero la Iglesia entera
vestida de luz sin par,
para que ellos repose
el pan que es rico manjar.
Quiero que la Hostia recuerde
la pureza celestial
representando el modelo
de vida sacerdotal.
Quiero que el trigo hecho carne
del Cordero divinal
conserve el blancor de harina,
aunque nacido en trigal,
y que el vino rojo tenga
su color original,
su sabor alimente
la fe en la vida inmortal.
Yo quiero albura de nieve
de vida sacerdotal,
porque me encantó la nieve
que vi en mi primer altar.

Después de misa, mis padres ofrecieron un rico banquete a los invitados, incluídos los sacerdotes, que tenían una sala reservada. El respeto a la figura del Padre era muy grande en aquella época. La fiesta duró dos días, incluído el baile en la plaza pública para todos los vecinos.

En este desfile de sorpresas y complimientos, pasaron rápidas las vacaciones en mi tierra natal, esperando, de una hora a otra, una carta del Superior Provincial determinando mi destino. En virtud de mi avance en los estudios, yo soñaba hacer un Doctorado en Roma, pero las cosas no acontecieron en esa dirección. 

El día 8 de Agosto, llegó una carta que leí con ansiedad. Después de felicitarme por la Ordenación y por el Canto-Misa, terminaba literalmente:
“Debido a las necesidades de nuestra Misión en otros países, ordenamos, en virtud de Santa Obediencia, que se traslade a Brasil para ofrecer sus servicios en nuestra Casa de Sao Paulo. Venga a Madrid y aquí prepararemos lo necesario para el viaje.

Contando con su anuencia a este mandato,
atentamente,
Pe. Félix García, Prior Provincial, 6”

La carta cayó como una bomba sobre mis aspiraciones y sentimientos. Solamente con la sólida formación que había recibido conseguí serenar rápidamente la tormenta. Recuperado del choque, lentamente, comuniqué la noticia a mis padres que lloraron amargamente. En su mente, mi destino era “para el otro mundo”.

(Extracto de "A saga de un sentimento", de Joaquín Casado Castaño. Segunda parte, capítulo IV
)

25 de julio de 2008

LA HISTORIA DE UN SENTIMIENTO (10)

ULTIMAS VACACIONES EN EL POBLADO

¿Prueba o promoción?

De nuevo llegaron las vacaciones y esta vez, mi primo Aureliano y yo acordamos cambiar el viaje y pasar por la ciudad de Zamora, donde vivían mis tíos y parientes. Llegando allí, nos dijeron que por la noche había un espectáculo de circo, “El circo Amar”. Mi tío me invitó a ver el espectáculo y fuimos todos juntos.

Cuando aparecieron las trapecistas con una escasa ropa, propias de la profesión, mi primo se levantó escandalizado y se marchó del circo. Todos extrañamos bastante su actitud, pero como él solía tener fama de “beato y un poco raro”, no le dimos importancia y continuamos asistiendo a la sesión. Días después, estando ya en el pueblo, cual no fue mi sorpresa cuando recibí una carta del Director del Seminario, recriminando mi presencia en el circo para ver mujeres desnudas, según la denuncia de mi primo ¡Estaba furioso!

En la misma carta, el Director llamaba mi atención para otras tansgresiones ocurridas durante el año lectivo terminado, que cuestionaban mi vocación. Insinuaba esperar una respuesta personal y sincera sobre mis promesas y propósitos de conducta en el futuro, para continuar la vida en el Seminario. En caso contrario, no podría seguir la vocación. Esta carta fue una bomba y cuando mis padres y yo la leímos, nos dimos un gran susto. Estaba escrita en términos un tanto lacónicos e indefinidos, pero dejaba entrever algunas insinuciones.

Bastante impresionado y abatido, pronto respondí:

Ayoó de Vidriales, 15 de Agosto de 1951
Rdo. Pe. Florentino Díaz
Director de la Escuela Apostólica de San Agustín
Reverendo Padre:
Acuso recibo de su carta, con fecha 6 de agosto p.p. Y frente la gravedad de sus términos, me apresuro a responder para esclarecer algunos acontecimientos mal entendidos y reafirmar el propósito sincero y firme de dirige mi vocación, a pesar de los incidentes lamentables ocurridos conmigo, de los cuales me arrepentí y ya pedí disculpas oportunamente.

Reforzando mi postura fiel y leal, prometo a Vuestra Reverencia la honesta decisión de mejorar mi conducta, pues siento, más que nunca , que mi vocación es auténtica y verdadera, a pesar de su cuestionamiento ¡que quiero ser padre!

Con relación a mi presencia en el Circo, junto con mi primo Aureliano, esclarezco que ambos fuimos convidados por nuestro tío y estábamos en su compañía, sin que en momento alguno notase alguna escena ofensiva a la moral. La salida de mi primo, abandonando el espectáculo, fue sorpresa para todos nosotros. Personalmente, no siento remordimiento de conciencia pero, si actué de forma incorrecta permaneciendo en el circo, pido disculpas.
Espero que esta mi postura, encuentre comprensión en Vuestra Reverencia, para que yo pueda continuar el camino y alcanzar la soñada misión.
Respetuosamente, pido su bendición.
Joaquín Casado Castaño, 4ª Serie Ginasial, 9

La respuesta del Seminario vino rápidamente y nos dejó totalmente perplejos. En vez de comentar las alegaciones que yo hice en la carta, traía un mensaje totalmente nuevo. El Director escribía personalmente, comunicándome una decisión unánime del Consejo de Padres. En virtud de mi aprovechamiento, dedicación y estado avanzado de mis estudios, fui premiado y promovido, pasando directamente de la cuarta serie para el Noviciado. No necesitaba cursar la quinta serie, como harían alguno de mis colegas de turno. Me invitaban a regresar rápidamente al Seminario para comenzar el Noviciado, avanzando un año en mi carrera.

Terminada la carta, yo no sabía si reír, si llorar... y salí dando saltos de alegría. Acababa de recibir un premio, siendo promovido un año lectivo sin cursarlo! La verdad es que abracé a mi padre y murmuré entre gritos de alegría: ¡No entiendo a estos Padres: en un momento me reprenden y ahora me premian...!¡Pero la carta estaba ahí y ahora tenía que valer!



Días después, ya estaba de vuelta al Seminario para cambiar de turno y comenzar, con estusiasmo y orgullo, el soñado Noviciado. Hasta hoy, sigo sin saber si la primera carta fue una reprimenda o una prueba. No se comentó nada más nunca.

(Extracto de "A saga de un sentimento", de Joaquín Casado Castaño. Primera parte, capítulo IV)

24 de julio de 2008

LA HISTORIA DE UN SENTIMIENTO (9)

V.EL PAJARILLO, DE VUELTA A LA JAULA
(...)


2. La pérdida de una hermana

En 1950, un grave accidente quebró la serenidad de la vida del Seminario. Mi hermana Heliodora era una joven simple, amorosa, alegre y generosa. Ella, por ser mi hermana más mayor, cuidó de mi en mi infancia y yo la adoraba. Recuerdo que cierta vez fui andando, llorando tras ella, para juntarme con los segadores de trigo en el campo, y ella acabó llevándome a caballo.

Con 20 años de edad, se casó con un joven, trabajador y honrado, de nombre Anselmo y durante un tiempo, vivieron con mis padres. Pasados algunos meses, mi hermana esperaba un bebé, radiante de felicidad. Yo estaba en el Seminario y soñaba con el primer sobrino.

Un día, el Padre comenzó a hacerme vagas preguntas sobre mi familia y sobre mi hermana Heliodora. Y cuando vio que mi ánimo estaba preparado, me entregó una carta que él ya había leído y me dio esta dramática noticia:

Tu hermana Heliodora ha muerto. Debes confiar en Dios y aceptar este golpe.
Casi me desmayé, no me lo podía creer. ¡Aquella hermana maravillosa y llena de vida no podía haber muerto! ¡Era mentira! Lloraba sin parar, recostado en el hombro del Padre Miguel. No sé qué torbellinos de pensamientos me invadieron, cuánto deambulé por los corredores...

Después, leí la carta con más detenimiento y vi que mi hermana había fallecido, junto al bebé, al dar a luz. Mi madre quedó tan conmocionada que tardó muchos años en superar aquel golpe emocional. Yo lo acepté más fácilmente, porque el apoyo de los Padres y de la religión era muy grande. Mi colega Jesús Cilleruelo, de Roa de Duero, provincia de Burgos, se quedó conmigo y me ayudó bastante.


(Extracto de "A saga de un sentimento", de Joaquín Casado Castaño. Primera parte, capítulo V, punto 2)

23 de julio de 2008

LA HISTORIA DE UN SENTIMIENTO (8)

IV. LAS VACACIONES: REENCUENTRO CON LA FAMILIA


Después de nueve meses de estudios, llegó el mes de julio y con él, las vacaciones de verano. Era el momento de volver al pueblo para ver a la familia y soñábamos con nuestra casa como la golondrina vuelve al nido que dejó, en época de migración. Hacíamos planes y más planes para los dos meses de vacaciones, contando a los amigos ventajas que no existían. Todos estábamos nerviosos de volver al encuentro con la famlia.

Vale recordar un gesto pintoresco. Uno de los seminaristas exageró la cantidad de dinero que pediría a sus padres para el viaje de 180 kilómetros y el Padre Miguel Suazo nos convocó en la sala de estudios. En el más profundo silencio preguntó con ironía:
- Cursino, ¿va a viajar en avión o en barco? ¡Por que con la cantidad que usted pide para las vacaciones, da para llegar hasta América!
Tan exagerada era la “cantidad solicitada”... El niño, avergonzado como un pimiento, no volvió a abrir la boca mientras los demás reíamos a carcajadas.
Como en aquella época los viajes en tren absorvían más del 90% del transporte de pasajeros, los vagones iban repletos. Algunos viajábamos de forma clandestina, porque no conseguíamos billete. Cuando el inspector nos cogía, contábamos que habíamos subido en la estación anterior para descender en la proxima. ¡Y a pesar el engaño, el inspector nos vendía el billete!

Mi llegada al pueblo para disfrutar de las vacaciones fue una algarabía de abrazos y besos. No es preciso destacar las novedades que tenía para contar, sobretodo lo que había aprendido. Todos me oían sin pestañear y me sentía cada vez más entusiasmado.

Acostumbrado a la largura y la altura de las salas y pasillos del Seminario, la casa de mis padres me parecía diminuta de tamaño. Todo era pequeño y bajo. Poco a poco, todos comenzaban a percibir el cambio de mi postura y comportamiento. Era un seminarista y tenía conciencia de eso. Diariamente ayudábamos al Cura Párroco en la misa y en los quehaceres de la Iglesia y evitábamos los galanteos con las niñas y con las pastoras.

Durante las fiestas, gozaba de algunos privilegios y, aunque ahora ayudase en las tareas de las cosechas o del pastoreo, todo era diferente y me trataban con más consideración y más respeto: ¡era un seminarista!

El punto álgido de las vacaciones eran las fiestas del pueblo: 6 de agosto, día de San Mamés, y el 24 de agosto, día de San Bartolomé.

Todos nos preparábamos para ir en procesión hasta la Ermita de San Mamés, a una distancia de dos kilómetros, acompañados de la banda de música. La vuelta se hacía por los campos o rezando hasta la Iglesia.



En la fiesta de San Bartolomé, todo el pueblo se engalanaba, adornando las casas con ramas de árboles y colchas vistosas, o sembrando las calles con juncos. Los rebaños eran recogidos antes de la Misa para que los pastores participasen en la fiesta.

Luego, temprano, en cuanto se tiraban los cohetes, un conjunto de músicos recorría las calles del pueblo tocando la alborada para levantar a los habitantes. Tras la vuelta de las once, se iniciaba la Misa cantada, y después, se formaba una solemne procesión presidida por la Cruz Parroquial.





Un grupo de sacerdotes, bajo un palio, llevaban un ostensorio* dorado, donde estaba expuesto el Santísimo Sacramento.

Recorríamos las principales calles del pueblo acompañando con oraciones y cánticos religiosos y en honor a Nuestra Señora, cuya imagen era llevada en hombros por las jóvenes devotas de la parroquia. Durante la procesión, los músicos interpretan lindas marchas, cuyos acordes eran ahogados por el estruendo de los cohetes.

Al llegar a casa del Fiestero Mayor (el que pagaba la función), se hacía una pausa delante de un altar fervorosamente preparado y vistosamente adornado, donde los Sacerdotes daban la bendición solemne como el Santísimo Sacramento. Después, volvíamos a la Iglesia terminar la ceremonia.

Toda la comunidad vibraba con los festejos ya que eran los únicos días en los que se paraba en las tareas de la cosecha de cereales. Se esperaba como agua de septiembre para disfrutar de un poco de diversión.

En los días de fiesta, se rezaba, se cantaba y se comía de forma especial. La hora de la comida era muy especial, sirviéndose los más variados platos y postres. Duraba más de tres horas, acabando con un “café, copa y puro”.

Todos los vecinos recibían a invitados de otras localidades y mis padres hacían lo mismo con los familiares de Congosta, incluida la prima Carmen, que se desplazaba desde Zaragoza.


Tras la procesión, era costumbre realizar un baile de jotas aragonesas en la plaza, donde estaban montadas las tómbolas y todo el mundo participaba. Por la noche, íbamos al baile que se realizaba en una pradera fuera del pueblo y que se prolongaba hasta altas horas de la madrugada.

También era habitual participar en las fiestas de otros pueblos, especialmente la del día 8 de Septiembre, cuando se celebraba Nuestra Señora del Campo, en Rosinos, donde estudié el preparatorio. Así, las fiestas pasaban rápidas.

La hora de regresar al Seminario era menos dolorosa porque se tornaba familiar. A pesar de todo, había lágrimas en todas las despedidas.

*Ostensorio = Custodia que se emplea para exponer la hostia sagrada en las Iglesias Católicas o para ser llevada en procesión

(Extracto de "A saga de un sentimento", de Joaquín Casado Castaño. Primera parte, capítulo IV)

22 de julio de 2008

LA HISTORIA DE UN SENTIMIENTO (7)

EL PRIMER PASO, RUMBO A LA META


3- La jaula de oro, abierta y disciplinada

Al pasar dos meses mis maneras rudas iban cambiando dentro del seminario como cambia un pollo dentro del horno. Mi piedad se intensificaba, mi cultura crecía y mi ideal de solidaridad se consolidaba. Era toda una formación sólida templando mi carácter. Todo esto fue descrito en las cartas mensuales que les enviaba a mis padres, como se puede ver en una de ellas:


Palencia, 20 de Diciembre de 1947
Sr. D. Andrés Casado
Queridos padres y hermanos, hace ya dos meses que os dejé y echo de menos a todos. Poco a poco voy adaptándome a la vida del Seminarioy es muy diferente de lo que ustedes se imaginan. Es cierto que estudio bastante y paso algunas horas en la Iglesia. Pero todo combinado con muchas distracciones y paseos. Es una vida muy alegre y animada. Como la comida no es abundante les ruego que me manden algo de refuerzo por Correo. Estoy muy bien y Aureliano y Cecilio también. Mi modo de ser va cambiando poco a poco pués son muchas las novedades descubiertas. Hemos ido al cine una vez y hemos visitado varios lugares de la ciudad de Palencia. El otro día nevó mucho y jugamos con las bolas de nieve. La Navidad se presenta prometedora porque tenemos numerosos juegos para hacer ejercicio en las largas y frías noches de invierno.
Os dejo con un beso cariñoso para todos, dejo el resto para otro día y os saludo con mucho amor.
Vuestro hijo y hermano Joaquín.

Imaginen la emoción de mis padres al leer la primera carta con noticias del hijo ausente. Estaban radiantes de alegría. Llamaban a toda la vecindad para que viesen que su hijo estaba disfrutando del seminario y vivía feliz.
Una de las maneras más eficaces de despertar un espíritu fervoroso era fomentar las prácticas piadosas entre los niños. Entre ellas, algunas merecen mención especial. El objetivo principal era acentuar el culto al amor de Jesús a través de la comunión, de la participación en la misa y de la visita habitual al Sagrario donde se guardaba el Santísimo Sacramento.

El amor de Jesús era cultivado de todas las formas, ya que el sentido de nuestra presencia en el seminario era El. Estábamos allí para transformarnos en apóstoles y soldados de Jesús, siguiendo las huellas de San Agustín. Para profundizar en ese amor usaban los recursos más eficaces como la meditación diaria, las visitas al Santisimo, la devoción al Sagrado Corazón. 

A lo largo del año se practicaba la preparación de la Navidad para recibir a Jesús en el Pesebre, la preparación de la Cuaresma para recibir al Jesús de la Pasión y a la conmemoración de la Pascua para celebrar el Jesús de la Resurrección. Una de las oraciones más conmovedoras era la Via Sacra que recordaba los catorce pasos de Jesús, rumbo al Calvario. No olvido, hasta hoy, de una de las catorce estaciones, descrita en español:

La tierra se obscurecía,
entre la una y las dos
que viendo que el Sol se muere
se vistió de luto el sol


Tinieblas cubren los aires
las piedras, de dos en dos,
se rompen unas con otras
y el pecho del hombre, no.


No cesan los Querubines
de llorar con tal dolor
que hasta las nubes del cielo
conocen que ha muerto Dios.
Hombres, si no sois de piedra
llorad, pués los culpables sois.

Nuestra Señora del Campo, Rosinos de Vidriales

Otra manera de cultivar el sentimiento religioso era difundir la devoción a María, Madre de Jesús y nuestra, a través del rezo del rosario y de otras prácticas piadosas. Como el mes de mayo era el mes de las flores en España, se dedicaba a María ofreciéndole flores. Era una de las devociones piadosas más cautivante. En cuanto a nosotros, los seminaristas, dejábamos las flores al pie de Nuestra Señora de la Consolación y entonábamos este lindo cántico:

Venid y vamos todos
con flores a porfia,
con flores a María
que madre nuestra es.

De nuevo aquí nos tienes
purísima doncella,
más que la luna, bella
postrados a tus pies.

Seguía una oración de lectura de alguna historia ejemplar que despertase el amor a María, rodeado de otros cánticos:

Oh, Virgen más pura que el nardo y la rosa,
Madre más hermosa que el fúlgido sol,
Atiende mi ruego y escuchami canto
Y enjuga mi llanto de amargo dolor.
Ya se que eres buena
cual nadie lo ha sido,
por eso sentido
te vengo a implorar
Y aquí ante tus plantas
postrado de hinojos,
con llanto en los ojos,
te vengo a implorar.

¡Qué mares de inmensos de sentimientos y recuerdos despiertan, aún hoy, esas músicas! Me parece estar oyendo la voz dulce y angelical del seminarista José María de los Ríos, cantando como un ruiseñor:

Es más pura que el Sol,
más hermosa que las perlas que ocultan los mares.
Ella sola, entre tantos mortales,
del pecado de Adán se libró.
¡Salve! ¡Salve!¡María!
Qué más puro que tu, solo Dios.

Y en el cielo una voz repetía:
Más que tu, solo Dios... solo Dios...

La devoción a María era practicaba todos los sábados, cuando la comunidad se reunía en la Iglesia para cantar el “Salve Reina, Madre de Misericordia, vida, dulzura, esperanza nuestra, ¡Salve!

Así se sucedían los meses, hasta que se aproximaban los exámenes finales, anuncio de las vacaciones. En el período de exámenes, apretaban más los estudios pués todos queríamos sacar buenas notas. No era raro que fuéramos sorprendidos estudiando durante toda la noche. Yo también practiqué algunas veces esa extravagancia que no era permitida en el Seminario.

(Extracto de "A saga de un sentimento", de Joaquín Casado Castaño. Primera parte, capítulo III, punto 3)

21 de julio de 2008

LA HISTORIA DE UN SENTIMIENTO (6)

EL PRIMER PASO, RUMBO A LA META


3- La jaula de oro, abierta y disciplinada

Había una programación de cinco años para la formación, con énfasis especial para la instrucción religiosa. Los Padres eran, simultáneamente, profesores y orientadores. Siempre se alternaban dos Padres, Miguel Suárez y Angel Plaza, supervisados por el Vicedirector, Padre Abilio Rabanal, para acompañar y orientar nuestras actividades. Ellos vigilaban los dormitorios y nos avisaban, diariamente, a las seis, para la Misa y las oraciones matinales. Después subían con nosotros para hacer las camas y llevarnos al café, que consistía en una taza de leche y un panecillo francés. Después, vigilaban nuestros estudios en una amplía sala, preparándonos para las clases, distribuidas en dos de mañana y dos por la tarde.

El almuerzo se servía a mediodía y habitualmente consistía en una sopa, una concha de garbanzos acompañado de repollo, mezcla y una ensalada. Todo era servido con medida, lo que hacía que nos levantáramos de la mesa insatisfechos.
La cena era servida a las nueve y variaba entre un cocido de lentejas con arroz y patatas o un cocido de judias. Los domingos y fiestas eran servidos en platos más sofisticados. Nadie duda que la mayor prueba de nuestra vocación era seguir adelante los cuatro primeros meses, a pesar de la escasez de comida. Vivíamos en los años de la postguerra.

El curso preparatorio de Rosinos facilitaba mis estudios. Algunos profesores solicitaban mi intervención para responder a preguntas hechas en el aula, en especial en el áreta de Matemática, Gramática Española e Historia. Este hecho me granjeó un cierto prestigio, despertaba un poco de celos entre los colegas.

El año lectivo duraba nueve meses para todas las series, interrumpidos apenas por veinte días de descanso en las Fiestas de Navidad y diez días en Pascua. Solo las vacaciones de verano eran más largas y estábamos autorizados a visitar a la familia.

Normalmente practicábamos modalidades deportivas, como fútbol, pelota vasca (frontón), o realizábamos bonitos paseos por las calles de los alrededores y por la ribera del Río Carrión, afluente del Duero.


El tiempo transcurría plácido y alegre porque el Seminario ofrecía muchas distracciones, sobretodo en las Navidades, pasadas fuera de la familia. Aprovechando ese descanso navideño visitábamos cada año los lindos belenes montados por la comunidad de Iglesias de la ciudad. Había también concursos. Eran verdaderas obras de arte religioso, con estrellas brillando, cascadas murmurando y numerosas figuras moviéndose sobre la hierba fresca donde pastoreaban corderos, al lado de los lagos, donde nadaban los patitos. Canciones y villancicos a ritmo de panderetas y castañuelas, alegraban el ambiente. ¡Siempre volvíamos encantados!

La primera celebración de la Navidad lejos de la familia fue muy interesante pues había muchas cosas nuevas, comenzando por el montaje del Belén y continuando por la Solemne Misa del Gallo. En esta, al ritmo de la pandereta y las castañuelas, cantábamos villancicos típicos como:


Ay, del chiquirritín, chiquirriquitín, metidito entre pajas
Ay, del chiquirritín, chiquirriquitín, queridín, queridito del alma
No me mires airado, niñito mío, mírame con los ojos que yo te miro...


Todo se unía para formar un clima alegre. Hasta el almuerzo servido en Navidad y el Año Nuevo era más sofisticado, nos ofrecían comidas más finas como turrón, almendras, polvorones y otras golosinas.
En las largas noches de Navidad improvisábamos un bingo, disputando premios modestos, o jugábamos al ajedrez, damas y otros juegos de mesa. Para cambiar, también hacíamos de artistas, representando piezas de teatro para la comunidad en días alternos. Yo también hice de actor en algunas piezas.
Un día caía un fuerte nevada. Por la tarde, salimos a pasear y los campos estaban blancos como la leche. Los árboles parecían envueltos en algodón en vez de tener hojas. Las calles presentaban una superficie uniforme y desaparecían las cunetas. En este escenario tan sugestivo, formábamos bolas de nieve y jugábamos unos con otros. De repente estaba montada una guerra entre dos bandos. Era un ejercicio excelente y a pesar del intenso frío terminábamos sudando.



Raramente íbamos al cine, pero un día anunciaron una película titulada “La vida de Juana de Arco”, protagonizada por Ingrid Bergman. Como yo nunca había entrado a un cine estaba ansioso por conocer su funcionamiento. Un amigo, llamado Miguel Fuertes Lanero, más informado que yo, se ofreció para darme algunas explicaciones:

-Joaquín, las películas son cuadros que se suceden en el palco, mostrando escenas diferentes. ¡Te va a encantar!
Con esa idea fija, asistí a la película entera, procurando entender cómo pasaban tan rápidas las imágenes, principalmente cuando había escenas de guerra. Imaginaba cuadros de verdad tratando de cambiarse de un lado del escenario para otro y pensé en las personas que realizaban el cambio, pero no las encontré. ¡Qué decepción y santa ingenuidad!
A la salida, reclamé a mi amigo:
Miguel, tu explicación es falsa. ¡No he visto como cambiaban los cuadros!
El me mostró un negativo de fotografía y dejó resuelta mi duda. ¡Cuánta ignorancia la mía!



(Extracto de "A saga de un sentimento", de Joaquín Casado Castaño. Primera parte, capítulo III, punto 3)

20 de julio de 2008

LA HISTORIA DE UN SENTIMIENTO (5)

PRIMEROS PASOS, RUMBO A LA META


2- El pajarillo inicia su mudanza

El año lectivo de 1947 se inició en el mes de Octubre, pero recibimos un comunicado de esperar nueva orden. Los días pasaban, alternando la impaciencia y la aprensión, hasta que llegó un aviso deifinitivo para que nos presentásemos el día 10 de Noviembre en la Escuela Apostolar, en la ciudad de Palencia, a 150 kilómetros. ¡Era muy lejos para mi edad! Viajarían conmigo dos amigos, mi vecino Cecilio y mi primo Aureliano.

A medida que se aproximaba la fecha, nuestro corazón se iba empequeñeciendo. Eran muchos los adioses y las despedidas, en el pueblo, el apego a las cosas y a los lugares, la infancia, las tradiciones y las personas, todo profundamente arraigado. No es preciso comentar el adios a Úrsula, la pastorcilla. Teníamos doce años y lloramos de nostalgia en aquella tarde gris de despedida.

El dia 10 de Noviembre, temprano, a las cinco, mi padre llegó con el caballo para acercarnos al autobús que pasaba a siete kilómetros de distancia. Todas las despedidas son amargas, pero la de un niño despidiéndose de sus padres lo es más aún. Al arrancarme de los brazos de mi madre y de mis hermanos, lloré sin parar. Copiando lo que dice San Agustín en el libro de sus Confesiones al separarse de su amigo Alipio, era como si mi alma, sangrando, se rompiese en dos pedazos, uno para quedar con él y otro para partir.

Según íbamos por la calle polvorienta y solitaria, dejábamos detrás nuestro el pueblo dormido. A cada paso, me despedía de algo que me era familiar: las praderas, donde tantas veces pastee a mi rebaño; las piedras que me servían de asiento, los árboles en cuya sombra me protegí y los campos que tantas veces planté. Lo único que me confortaba en este doloroso adiós, era el sentimiento solidario que me empujaba a buscar horizontes más altos. ¡Necesitaba superar ese sufrimiento para ser misionero!

Viajamos en el autobús, con transbordo para el tren, un día y una noche, hasta llegar, a las diez del día once de noviembre, a la Escuela Apostólica de San Agustín en Palencia. Era un edificio de tres plantas, en construcción, situado al lado de la calle Valladolid y con apenas un ala disponible. Estaba rodeado de una amplia huerta y de extensas zonas de esparcimiento. Pero todo estaba todavía en fase de construcción.

Un equipo de siete Padres Agustinos y dos hermanos legos bajo el mando del Director, Padre Florentino Díaz (Floro), hombre corpulento y amable, y del Padre Abilio Rabanal, nos recibieron amablemente. Tenían la misión de formarnos intelectual, religiosa, moral y cívicamente. Recibían 165 adolescentes, procedentes de diversas regiones de España, imbuidos del mismo ideal y distribuidos en cinco series.

Al desperdirme de mi padre, parecía que quería volver con él, pués tenía una enorme tristeza. Pero él se fue y yo me quedé llorando.... Otros niños también lloraban. Algunos no soportaban la melancolía y poco después regresaban a sus casas. Recuerdo, especialmente, a dos niños, uno de Galicia y el otro de la Montaña Leonesa.

Al pasar los días, las amistades iban surgiendo espontáneamente y se iba consolidando mi vida de seminarista, una mezcla de internado, colegio y casa de formación. Todo muy diferente de lo que yo esperaba. Era una vida alegre y serena, sabiamente distribuida en un horario riguroso, para ejercitar las más diversas tareas. Había tiempo para rezar, para los estudios y clases, para la práctica de deportes y paseos, para divertirse, para hacer teatro y cuidar de la huerta y para ordenar y limpiar los patios usados en el recreo.
(...)


(Extracto de "A saga de un sentimento", de Joaquín Casado Castaño. Primera parte, capítulo III, punto 2)

19 de julio de 2008

LA HISTORIA DE UN SENTIMIENTO (4)

EL PRIMER PASO, RUMBO A LA META


1.- La preparación

Después de que mis padres certificaran mi firme propósito de ser sacerdote, creyeron en mi con satisfacción e iniciaron los preparativos para realizar mi deseo.
Funcionaba un pre-seminario en el pueblo de Rosinos de Vidriales, a diez kilómetros y que se encontraba junto a la Ermita de Nuestra Señora de Campo, Patrona del Valle de Vidriales. 

El Padre Angel Miñambres, severo, virtuoso y de cabellos blancos, preparaba niños para el Seminario. Orientaba su formación intelectual, cívica, espiritual y moral, ayudado por una criada y algunos sobrinos.

Allí ingresé en 1946, en régimen de internado, para convivir con veinte adolescentes, llegados de otros pueblos como Nogarejas, Donado, Pobladura, Junquera, San Pedro de Ceque, Ayoó...


Estando allí vi, por vez primera, una “jardinera” que recorría diariamente la línea Camarzana-La Bañeza. Nuestro horario era riguroso y sacrificado. Nos levantábamos a las seis de la mañana para asistir diariamente a la Misa y comulgar. Seguía el café de la mañana que no era leche sino una suculenta sopa de ajos, rellena de rebanadas de pan. ¡Una delicia! Luego íbamos para la sala de estudios y más tarde, el almuerzo, con un intervalo de media hora de recreo.

El almuerzo era frugal y consistia, invariablemente de un cocido de garbanzos con patatas y carne, precedido de una sopa de macarrones y completado con una sabrosa fruta de la región. Después, dábamos un paseo o jugábamos unos con otros, para volver nuevamente al estudio hasta las seis de la tarde, la hora de la merienda, que consistía invariablemente,en un pedazo de pan con lengua o bacón. Nuevo descanso y nuevo tiempo de estudio, para cerrar a las diez, con una sopa de lentejas, de judías o algo semejante.

En las tardes de fiesta, subíamos al Castro de San Pedro de la Viña, un montículo donde había muchos vestigios de la ocupación romana: vasos de arcilla, piedras labradas y resto de paredes que, posteriormente, fueron identificados como resetos de una ciudad de los romanos. Hoy, esos lugares están abiertos a las visitas públicas y forman parte del Patrimonio Histórico Nacional.
Allí celebrábamos nuestros picnics, preparando sabrosas empanadas y tortillas. Casi siempre paseábamos por la calle de tierra y no era raro que corríeramos por los campos, metiéndonos en los trigales a buscar hierba dulce para vender y ganar unas monedas.

Oportunamente, nos turnábamos para buscar agua en la fuente, o para ejecutar los servicios principales de la Casa-Escuela: barrer, servir la mesa, cuidar la higiene, dirigir el Tercio y los demás rezos. Mi sentimiento de solidaridad se hacía presente, para llevar esa vida con alegría. Así, gozaba de la simpatía de los funcionarios. Esa escuela preparatoria fue providencial, dándome un soporte para salir victorioso en todas las pruebas a las que me enfrenté.

Por poner un ejemplo, viajé por primera vez en tren, hasta el Seminario de la Diocesis de Astorga, a cincuenta kilómetros de distancia. Aquí me pasó algo curioso: al pasar por el pasillo del Seminario, tropecé con un piano y, por curiosidad, levanté la tapa. Yo no sabía para qué servía aquella hilera de dientes blancos y apreté los dedos sobre ellos. Al sonar, me llevé un tremendo susto pensando que lo había roto o algo así. Salí tranquilamente y pasé el resto del día atemorizado, esperando ser reprendido. Al ingresar en el Seminario, dos meses más tarde, supe que mi susto fue en vano, pues apenas había tocado las teclas de un piano!!!

Otra prueba la tuvimos cuando mi padre y yo anduvimos sesenta y cinco kilómetros a caballo, durante un día entero, al encuentro del Padre Hermenegildo Galende, agustino que disfrutaba sus vacaciones en Villanueva de las Peras, humilde pueblo de la provincia de Zamora. Valió la pena el sacrificio, ya que fui elegido para ingresar en el Seminario Agustino de Palencia. Corría el año 1947.

(Extracto de "A saga de un sentimento", de Joaquín Casado Castaño. Primera parte, capítulo III, punto 1)

18 de julio de 2008

LA HISTORIA DE UN SENTIMIENTO (3)

LA MARCA DE UNA ACTUACIÓN


3- El despertar de una vocación

De vez en cuando, aparecía en el pueblo un fraile o un Padre para despertar la vocación de los niños. En una de ellas, mi madre se entusiasmó y quería, a toda costa, que yo fuera al convento. Sabía que era un chiquillo travieso e inquieto que, frecuentemente, me metía en algunas peleas de críos o en otras trastadas, como robar fruta de la huerta del vecino, descuidar el rebaño o pelearme con otros pastores. Pero también sabía que en el fondo, tras estas trastadas, latía en el pecho de su hijo un corazón generoso que compensaba todo. Otros amigos ya estaban decididos a ser sacerdotes, ¿por qué su hijo no podía decidirse?...
Pero yo me negaba rotundamente, porque no soñaba con ser sacerdote y mucho menos, ir a un convento. Mi sueño era crecer y construir una familia, como los demás. En aquellos momentos -con once años- a mi ya me gustaba una pastorcilla llamada Úrsula y para pasear con ella procuraba conducir mis ovejas siguiendo su rebaño. 

Pasados algunos meses, el tema de “ser padre” cayó en el olvido y mi vida continuó con la rutina. Pero... un bonito día, aconteció lo inesperado. Antes de salir al campo con el rebaño, por espacio de ocho horas, recogí abono del corral en el carro de bueyes. El sol brillaba de forma diferente y la brisa de la mañana estaba más inspiradora. De repente, comencé a reflexionar sobre el trabajo que estaba realizando y, sin saber por qué, algo diferente me iluminó y me hizo cambiar de opinión.

Fue como si una luz rompiese el cristal de mis ilusiones, mostrándome un camino para una idea más sublime. Parece que alguien derribó del caballo, como a Pablo de Tarso en el camino a Damasco y me llamaba como al niño, Samuel. Esa luz me mostró el encanto sugestivo y atrayente de las cosas que antes me eran indiferentes.

Mi pensamiento fue para horizontes alejados donde, según decían, vivía mucha gente desorientada, abandonada y sufrida que necesitaba ayuda. En estos horizontes, identifiqué el mundo de las Misiones, lugar de indios incultos y de gente sin Fe cristiana que vivían privados de la civilización y el Evangelio.
Un sentimiento sutil y persistente estremeció todo mi ser, como si fuese un aguijón. Alguien me estaba invitando a esa tarea. Sin querer, comencé a cambiar el sueño de pastorear ovejas por el de pastorear personas, como misión más noble... Pasé a sentir la voluntad de ser Padre Misionero...

Tiré la herramienta y fui feliz al encuentro de mi madre:
- Mamá, yo quiero ser Padre, quiero ser misionero. Voy al convento.
Mi madre se llevó un gran susto y no se lo quiso creer. Ella se opuso firmemente, pués pensaba que se trataba de un capricho o de una actitud pasajera sin importancia. Tal vez pensaba que era una broma y mi me hizo caso.

Pero yo continuaba firme en mi propósito y, a partir de ese momento, comencé a cambiar mi comportamiento y a contar a mis amigos: ¡voy a ser cura! Nadie me creía, debido a mis trastadas, pero yo continuaba firme. Pasé pensar cómo abandonaría el pueblo, como me separaría de mis padres, como abandonaría las ovejas y los corderos y cómo me despediría de Úrsula, la pastorcilla tierna, sencilla y bonita.

El primer encuentro con ella fue conmovedor. Era a la vuelta del medio día. Un sol festivo alegraba el campo y nosotros dos estábamos tristes. Úrsula no entendía mi decisión y preguntaba:

- ¿Es verdad que vas a ser cura?
- Sí, Úrsula. Voy a ir al convento dentro de unos días.
- ¿Y por qué? ¿No nos gustamos y vivimos tan alegres cuidando las ovejas?... De repente, ¿te quieres ir para el convento?
- Es una fuerza irresistible -alegué- que me empuja...¡descubrí la existencia de otras personas que viven lejos y necesitan de Dios!
- Pero nosotros vivimos felices pastoreando nuestros rebaños! -insistió ella.
Yo interrumpí:
- Estos trabajos de campo, Úrsula, son muy esclavos y carecen de horizontes para el futuro... yo necesito salir y buscar otra misión...¡y de otros encuentros!
- ¿Y cuándo vas a volver? - me preguntó la pastorcilla.
- Creo que nunca- respondí. Solamente cuando sea Padre...

Continuó un diálogo amoroso. Una tristeza sombría nos envolvía y nos abrazamos llorando uno con el otro, sin hablar. Tengo la certeza de que ella no entendió mis argumentos y que no tenía conciencia plena de aquello que estaba diciendo. Era como si alguien pusiera en mi sus palabras. Hubo lágrimas, hubo saludos y... lloramos amargamente. Por fin me entreguó un pañuelito como recuerdo. Éramos dos criaturas puras, ingenuas y sinceras. Hoy, ella está casada y sigue viviendo en el pueblo.


(Extracto de "A saga de un sentimento", de Joaquín Casado Castaño. Primera parte, capítulo II, punto 3)

17 de julio de 2008

LA HISTORIA DE UN SENTIMIENTO (2)

LA MARCA DE UNA ACTUACIÓN

2- El pueblo, lejos de la civilización

Empujada por este impulso de solidaridad, mi infancia transcurre libre como la de un pajarillo, en el pueblecito de Ayoó de Vidriales, al norte de la provincia de Zamora (España), donde nací en diciembre de 1934.























Mis padres eran campesinos: Andrés Casado Tostón y Ana María Castaño Cano. Fuí criado en un ambiente rural, muy lejos de todo lo que significaba progreso, con otros cuatro hermanos: Heliodora, Valentín, Genoveva y el benjamín, Ramiro. Nos vestíamos y calzábamos prendas bastante modestas: ropa de lana, zapatos de madera en invierno y alpargatas de esparto en verano. Nuestro vínculo con la civilización era un tortuoso camino de doce kilómetros que nos llevaba a la villa de Santibáñez de Vidriales, donde se realizaba semanalmente una feria. Allí funcionaba también un pequeño comercio que atendía a los pueblos de los alrededores. No había radio, cine, clubs ni salones de fiesta. Todo pasaba al aire libre.

Cierto día, al ir a la escuela, pasé frente a una ventana donde cantaba una linda voz. Miré dentro y vi un señor que vino de América y oía un gramófono antiguo. Como yo no conocía el aparato, en mi ingenuidad, imaginé que la cantante estaba viva dentro de la caja del gramófono, cosa que me parecía imposible. Por esa razón investigué:
- Señor Eleuterio, ¿Cómo es que la cantante está dentro de esta caja?
Y cuando él me enseñó el disco y la aguja del aparato, encontré la verdadera explicación. ¡Yo fantaseaba demasiado!

Varias veces acompañé a mi padre, en un carro de madera, para llevar el trigo de la cosecha al molino de Santibáñez, para transformarlo en harina. Así fue como aconteció otro hecho pintoresco. Me alertaron de que había luz eléctrica en aquella villa y yo estaba desesperado por conocerla. Al entrar en la pequeña farmacia de allí, reparé en la lámpara colgada del techo y, siendo parecido al globo del aula de geografía de la escuela donde estudiaba, pensé que se trataba de un mapa-mundi. Imaginen las vueltas que dí hasta descubrir que tal mapa estampado en el globo. Al final le pregunté a mi padre:
- ¿Dónde está el mapa en este globo?
El me lo aclaró:
- Esta lámpara no tiene mapa-mundi. ¡Solo sive para proteger la luz eléctrica!
Yo solo conseguí ver la luz eléctrica, por primera vez, cuando abandonábamos el pueblo, al anochecer, cuando comenzaron a encenderse todas las lámparas de la calle.

Corría el año 1943, en plena II Guerra Mundial. España no entró en la guerra, pero cada vez que un avión pasaba por el cielo, mirábamos con miedo, sin imaginar lo que era.
Dos años después, instalaron la energía eléctrica en el pueblo. No se puede imaginar el espanto y la algarabía de los chiquillos del pueblo en el primer día de este gran evento. Todos los niños recorrían las calles en grupo, para verificar, una a una, si las luces estaban encendidas.

En este clima humilde y rústico, fui creciendo junto a los otros niños que vivían en el pueblo. Usábamos el barro como juguete, el campo como distracción, el trabajo como ocupación, la escuela como instrucción y la iglesia como formación.

Recuerdo también haber roto varias cartillas en la escuela, hasta ser alfabetizado, y dos toscos braseros hechos de lata para afrontar el frío del invierno. Posteriormente, los estudios fueron viento en popa.

Guardo un recuerdo emocionado de Mi Primera Comunión y del traje nuevo que usé. Recuerdo de esta fecha, especialmente, porque fue cuando me hicieron mi primera fotografía que acabé comprando a cambio de huevos. Tenía ocho años y sabía de memoria el Catecismo de doctrina cristiana, condición necesaria para hacer la Primera Comunión.

Los días más felices en el pequeño pueblo eran los de invierno, con las tradicionales “matanzas”. Todos los habitantes criaban dos o más cerdos para el sustento de la familia. En los días próximos a la Navidad se invitaba a los parientes para ayudarse en el sacrificio de los mismos y era una auténtica fiesta. Además de saborear un suculento banquete, aprovechábamos el tiempo para las más variadas diversiones: juegos de cartas, sorpresas, paseos a un lugar de muchos peñascos llamado Peñacabras, para encender hogueras o practicar otras diversiones adecuadas a cada edad. Por la noche, se formaba un pequeño baile familiar como fin de las matanza.

En invierno, las noches se alargaban mucho y las mujeres se reunían en las diferentes casas para hacer punto, tejer hijos de lana o lino, coser ropa o hacer ganchillo para vestir a la familia: camisas, blusas, medias, etc. Al tiempo, los hombres se reunían en los dos bares de la localidad para jugar a las cartas, mientras los jóvenes caminaban por las calles, con linternas, para contar alguna hazaña o pensar en hacerla.

Para entrar en el grupo de los mozos o adolescentes, se pasaba por una ceremonia donde se recibía la autorización de los mozos más veteranos. Antes se sufrían algunas humillaciones, como lavar los lavaderos comunes o pagar un pequeño impuesto. ¡Era una verdadera entrada de novatos!

Es importante destacar que, a pesar de esta pobreza cultural y de la ausencia de progreso y confort, nunca pasamos hambre porque los frutos de la tierra eran variados y suficientes y todos éramos hijos de agricultores. Pero el dinero era escaso y solamente en el día de San Bartolomé, la fiesta principal del pueblo, ganábamos unas monedas para comprar golosinas.

Al pasar los años, comencé a recorrer los montes ayudando a Ismael, el cabrero, que pastoreaba las cabras del pueblo. Un joven que era, curiosamente, un excelente actor y mejor declamador. Siempre protagonizaba los mejores papeles en las obras teatrales, que los habitantes del pueblo representaban todos los años. Andando con él aprendí de memoria algunos trozos de obras teatrales y me enseñó a representar y declamar delante de público obras como, por ejemplo, Don Juan Tenorio. ¡Cuántas veces fui invitado por la vecindad para declamar esas estrofas encima de cualquier piedra que sirviese de escenario! Así me ganaba un dinerito para repetirlas en otras ocasiones.

Con diez años, yo andaba solo por los campos, pastoreando de las ovejas o en los campos de labor. En mis horas libres, acompañaba a mis padres en las labores de siembra y cosecha. En esta vida, extremadamente modesta, nuestros horizontes se limitaban a los límites de nuestra región.


(Extracto de "A saga de un sentimento", de Joaquín Casado Castaño. Primera parte, capítulo II, punto 2)

16 de julio de 2008

LA HISTORIA DE UN SENTIMIENTO (1)



LA MARCA DE UNA ACTUACIÓN

1- El comienzo

Hoy estoy ejerciendo esa costumbre de pensar, preguntándome el motivo de los principales acontecimientos de mi vida. Y como fruto de esa reflexión incesante, descubrí que tuve un impulso singular que me condujo de una infancia rural y modesta a una adolescencia disciplinada y obediente, que se transformará en una actuación adulta, fecunda y provechosa.

Diré que fui un niño revoltoso, pastorcillo de ovejas alegre y sufrido, adolescente curtido en los trabajos del campo, joven obstinado, seminarista inquieto, universitario activo, religioso sincero y jovial, padre entusiasta y consciente, profesor esforzado, director firme, presidente eficaz, consejero prudente, periodista circunstancial, orador hábil, promotor de eventos culturales y sociales de sucesos y protagonista de innumerables tareas.

Descubrí también que ese impulso fue un sentimiento de solidaridad profundamente arraigado, mezcla de caridad cristiana y bondad natural. Este sentimiento orientó y estimuló mi voluntad con una energía de una generosidad intensa, real e irresistible.

Dos datos acentuarán este matiz del perfil de mi vida. A los nueve años pastoreaba un rebaño de cien ovejas, llevándolas diariamente por los campos del modesto pueblo donde vivía. Salía por la mañana para cuidar de las ovejas, buscando buenos pastos y cargando en la mochila pan, longaniza, tortilla y vino. De vuelta a casa, cansado, me ofrecía para ayudar a mi hermana a buscar agua en la Fuente de la Iglesia, bastante lejana, para atender a mi madre. Era una tarea diaria porque no había agua en las casas. Prestar este tipo de servicio era normal para poder desarrollar mis ganas de ayudar.

Otro gesto fue más peculiar. Cierto día, yo volvía del campo donde había llevado el ganado a pastar, a una distancia de unos tres kilómetros, aproximadamente. De repente, me crucé con una señora elegante, doña Adela, que llegó tarde a entregar su ganado a los vaqueros y debía llevarlo a un pasto distante. La mujer estaba embarazada y no podía dar un paso más. Yo me di cuenta de la situación y le dije a ella: Déjelo, doña Adela, yo llevo sus vacas. Este gesto solidario hizo que la mujer, totalmente agotada, viese en mi un ángel caído del cielo. Eso fue lo que ella me confesó cuando volví al pueblo para mi Primera Misa, a los 23 años de edad.


(Extracto de "A saga de un sentimento", de Joaquín Casado Castaño. Primera parte, capítulo II, punto 1)

15 de julio de 2008

La historia del Padre Casado

Hace cinco años, cuando estaba pasando mis vacaciones en el pueblo, me hizo llamar a su casa un señor al que no conocía y que se había enterado de mi participación en la página web del pueblo. El señor era Don Joaquín Casado Castaño, un ayoíno que llevaba ya muchos años en Brasil, a donde llegó como sacerdote y donde ahora vivía con su familia, su compromiso con la Iglesia y su labor pedagógica e intelectual. Un hombre curioso y luchador, que había escrito un libro en el que resumía su vida, "A saga de um sentimento. Caminhada do Padre Casado" (La historia de un sentimiento. El camino del Padre Casado).




En él se relataban sus primeros años de vida, el duro trabajo en el campo, las travesuras, la relación con los vecinos y la familia y cómo prendió en su espíritu la semilla de la religión y quiso hacerse sacerdote. Sus primeros años en el Seminario, sus estudios y, con 23 años, la ceremonia de cantar misa en la Iglesia de Ayoó. Una historia que, con su permiso, paso a transcribir, en varios capítulos, en este blog.


JOAQUIM CASADO CASTAÑO, El Padre Casado




Joaquín Casado Castaño, nació en Ayoó de Vidriales, provincia de Zamora, España, el 16 de diciembre de 1934.
Siendo casi un niño que ayudaba a su familia en las labores del campo, decidió que quería ser cura e ingresó en el Seminario. Con 23 años, fue ordenado sacerdote y enviado a Brasil.


Había estudiado Humanidades y en América se doctoró en Teología y Filosofía, estudió pedagogía y a la vez que ejercía su labor pastoral en diferentes ciudades, daba clases en colegios y, más tarde, en la Universidad. Actualmente sigue escribiendo y publicando, da clases de Enseñanza Superior y colabora con el Ayuntamiento de su ciudad, Mogi das Cruzes, Sao Paulo.

El Padre Casado recibió en 1973 la dispensa Papal para dejar la vida clerical y sus inherente obligaciones y poder formar una familia. Se casó poco después con Mirtes Prato, con la que tiene tres hijos: Marcos, Fabio y André.

Mantiene su relación con el pueblo que le vio nacer, Ayoó y con su familia en España y hace una visita cada dos o tres años.


En 2001 escribió un libro titulado “A saga de um sentimiento. Caminhada do Padre Casado”, del que aquí vamos a transcribir algunos capítulos, en el que hacía repaso de lo que ha sido su biografía desde el nacimiento en Ayoó a su actual vida de hombre de familia, comprometido con la Iglesia y que trabaja en la vida política y educativa en Brasil.

6 de julio de 2008

Sonidos

Foto: Cencerro de oveja de San Mamés de Abar (Burgos)


El sonido de la chifla y de los cencerros de las cabras me despertaba a eso de las nueve casi todas las mañanas cuando era pequeña y pasaba los veranos en la casa de mis abuelos. Lo mejor era que me asomaba a la ventana para ver pasar la cabreada ¡¡¡¡y no había nada!!!! tardé en comprender que el sonido, que venía de la parte de arriba del pueblo, rebotaba en la pared de la Iglesia y se escuchaba tan fuerte en la habitación que parecía que el rebaño estaba allí mismo.


También de la Iglesia venía el estruendo que cada mañana de domingo nos sobresaltaba en casa y nos aceleraba: era el disco que el cura ponía para avisar que se acercaba la hora de la Misa. El “cantaréeeeeeeee eternamenteeeeeeeee, la misericordia del señoooooooooooooorrrrrrrrr” nos hacía hablar en gritos y nos apresuraba a terminar de lavarnos, de vestirnos, de acicalarnos, para la cita semanal de la misa (aunque nos quedáramos fuera, había que ir).

Si lo que sonaban eran las campanas, eso sí que impresionaba. Los toques eran festivos y alegres si anunciaban las fiestas, tanto en San Mamés como en San Bartolomé o el que llamaba a la vacada. Repetitivo y acuciante cuando se requería ayuda para apagar un fuego. Y oscuro y tenebroso el toque de muertos (¿se le llama encordar?). Se oía la campana y ya la gente decía “se ha muerto el tí tal, que estaba muy malo...” y si no había nadie en tal situación, peor, una muerte inesperada...

Uno de mis sonidos favoritos y que más me recuerda al pueblo de mi infancia es el del carro de vacas crujiendo al andar, al moverse las grandes ruedas de madera recubiertas de metal por aquellos caminos de polvo fino con piedras grandes, lisas de tanto pasar sobre ellas. Y la abuela acuciando a las vacas “hala vaca be... hala rubia...”

También me gustaba el sonido de las caballerías al andar, el paso pausado del pobre macho de mi abuelo acompañado de todos sus juramentos o el trote más alegre de otras yeguas y caballos, más lozanos y de mejor porte.

Y también me encantaba el rumor de los árboles moviéndose, mientras yo devoraba un libro a la sombra y los demás dormían la siesta...

La hora del día se podía averiguar por los cacareos de las gallinas... no sonaban igual a primera hora, cuando se estiraban y cuando los gallos se pavoneaban gritando que a medio día, cuando las pitas se volvían locas al recibir las sobras.
Y los gatos pidiendo comida, las cabras llegando a la casa por la noche y la perra del ganado, la Domi, haciéndonos saber que ya estaba en casa, con ladridos suaves y alegres...

En mi memoria están también los sonidos de las conversaciones del pilo, el runrun de las mujeres hablando de lo divino y humano junto al chapoteo de la ropa y la fuente de fondo; de todos aquellos que tocaban la puerta o la ventana de nuestra casa para traer un recado, pedir un favor o simplemente, saludar y que se convertía en un buen rato de charla al fresco de la noche...; el sonido de la chifla y el anuncio del agua que va a la Rosina, que viene Pepe el de Santibáñez o que es el día del camión del pescado....

Y en casa, el soniquete de la radio a la que mi abuelo se acercaba para saber del mundo, una radio vieja, de dos ruedas, una para el tono y el volumen y otra para viajar por Londres, Nueva York, Madrid, Buenos Aires... todos esos nombres que venían escritos en el frente del aparato, junto a la barra de la sintonización....

Todo eso aún lo puedo escuchar con solo cerrar los ojos.

Pdt.-...¡¡¡¡Y no me olvido del zumbido de la mosca que siempre te acompaña cuando vas a dormir la siesta!!!!!



4 de julio de 2008

Olores

La tierra mojada de repente por la lluvia de tormenta veraniega. La manzana verde cogida del árbol. El jabón casero lavando en el pilo. El humo invernal que sale de las chimeneas. Los chopos. Los robles y encinas. La jara. La hierbabuena y hortelana. El laurel. El tomillo. El monte. La tierra arada. La gavilla de trigo. La trilla. El botijo. La alfalfa recién cortada. El barro rojo de Requeijo. Peñacabras. Los corrales de las ovejas. La hogaza de pan caliente. Las boñigas. La piel de los caballos. Los adobes. El desván de mis abuelos. El hierbal. El pajar. La pocilga de los cochos. La cuadra. El gallinero. La subida a San Mamés. Las calles en San Bartolo. Los regueros. La lumbre. La comida en el pote. El portal regado. La pared encalada. Las cuevas. La humedad. La oscuridad. El vino haciéndose... Olores. Recuerdos.

1 de julio de 2008

¡¡¡¡¡Nosotros lo vimos primero!!!!!

En el Marca de hoy se publica esta noticia:


EN MÓSTOLES, CIUDAD NATAL DEL META

Nace una iniciativa para pedir la 'Calle de la madre que parió a Casillas'
La gran actuación de Iker Casillas ha generado un movimiento, respaldado por la empresa Mahou, para "crear una plataforma que exija al Ayuntamiento de Móstoles que le ponga una calle, una plaza, un parque o una avenida a la madre que parió a Casillas". 'Calle de la madre que parió a Casillas' es el nombre que piden tenga como homenaje "a la persona que hizo que se convirtiera en el mejor portero del mundo".

Para conseguir el objetivo, en los próximo días organizarán varios eventos y acciones solicitando la adhesión de los aficionados a través del web http://www.calledelamadrequeparioacasillas.com, donde ya se han recogido casi seis mil firmas.



¡¡¡Pués que sepan que en Ayoó ya lo hicimos...

....hace años!!!!!¡¡¡¡Somos visionarios!!!!!!






(je je... es broma... que no se me enfaden los aficionados del Barça de Ayoó... que pocos, pero haberlos haylos... ya sabéis cuáles son mis colores, así que muy sospechosa no soy...)