20 de julio de 2008

LA HISTORIA DE UN SENTIMIENTO (5)

PRIMEROS PASOS, RUMBO A LA META


2- El pajarillo inicia su mudanza

El año lectivo de 1947 se inició en el mes de Octubre, pero recibimos un comunicado de esperar nueva orden. Los días pasaban, alternando la impaciencia y la aprensión, hasta que llegó un aviso deifinitivo para que nos presentásemos el día 10 de Noviembre en la Escuela Apostolar, en la ciudad de Palencia, a 150 kilómetros. ¡Era muy lejos para mi edad! Viajarían conmigo dos amigos, mi vecino Cecilio y mi primo Aureliano.

A medida que se aproximaba la fecha, nuestro corazón se iba empequeñeciendo. Eran muchos los adioses y las despedidas, en el pueblo, el apego a las cosas y a los lugares, la infancia, las tradiciones y las personas, todo profundamente arraigado. No es preciso comentar el adios a Úrsula, la pastorcilla. Teníamos doce años y lloramos de nostalgia en aquella tarde gris de despedida.

El dia 10 de Noviembre, temprano, a las cinco, mi padre llegó con el caballo para acercarnos al autobús que pasaba a siete kilómetros de distancia. Todas las despedidas son amargas, pero la de un niño despidiéndose de sus padres lo es más aún. Al arrancarme de los brazos de mi madre y de mis hermanos, lloré sin parar. Copiando lo que dice San Agustín en el libro de sus Confesiones al separarse de su amigo Alipio, era como si mi alma, sangrando, se rompiese en dos pedazos, uno para quedar con él y otro para partir.

Según íbamos por la calle polvorienta y solitaria, dejábamos detrás nuestro el pueblo dormido. A cada paso, me despedía de algo que me era familiar: las praderas, donde tantas veces pastee a mi rebaño; las piedras que me servían de asiento, los árboles en cuya sombra me protegí y los campos que tantas veces planté. Lo único que me confortaba en este doloroso adiós, era el sentimiento solidario que me empujaba a buscar horizontes más altos. ¡Necesitaba superar ese sufrimiento para ser misionero!

Viajamos en el autobús, con transbordo para el tren, un día y una noche, hasta llegar, a las diez del día once de noviembre, a la Escuela Apostólica de San Agustín en Palencia. Era un edificio de tres plantas, en construcción, situado al lado de la calle Valladolid y con apenas un ala disponible. Estaba rodeado de una amplia huerta y de extensas zonas de esparcimiento. Pero todo estaba todavía en fase de construcción.

Un equipo de siete Padres Agustinos y dos hermanos legos bajo el mando del Director, Padre Florentino Díaz (Floro), hombre corpulento y amable, y del Padre Abilio Rabanal, nos recibieron amablemente. Tenían la misión de formarnos intelectual, religiosa, moral y cívicamente. Recibían 165 adolescentes, procedentes de diversas regiones de España, imbuidos del mismo ideal y distribuidos en cinco series.

Al desperdirme de mi padre, parecía que quería volver con él, pués tenía una enorme tristeza. Pero él se fue y yo me quedé llorando.... Otros niños también lloraban. Algunos no soportaban la melancolía y poco después regresaban a sus casas. Recuerdo, especialmente, a dos niños, uno de Galicia y el otro de la Montaña Leonesa.

Al pasar los días, las amistades iban surgiendo espontáneamente y se iba consolidando mi vida de seminarista, una mezcla de internado, colegio y casa de formación. Todo muy diferente de lo que yo esperaba. Era una vida alegre y serena, sabiamente distribuida en un horario riguroso, para ejercitar las más diversas tareas. Había tiempo para rezar, para los estudios y clases, para la práctica de deportes y paseos, para divertirse, para hacer teatro y cuidar de la huerta y para ordenar y limpiar los patios usados en el recreo.
(...)


(Extracto de "A saga de un sentimento", de Joaquín Casado Castaño. Primera parte, capítulo III, punto 2)

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