22 de febrero de 2022

Cocina vintage

Una casa de vacaciones en el pueblo que se precie, tiene que estar amueblada, decorada y servida con los restos de lo que había en tu casa habitual. Muebles, sillas, toallas, platos y cazuelas que ya has dejado a usar en tu día a día pero que te da pena tirar y que viven en el pueblo una plácida jubilación.

Rebuscando en la cocina de mi casa, he encontrado alguna de estas joyitas y aquí empiezan a desfilar (hay más, ya irán pasando).

La tartera

La tartera es una cazuela metálica con varios platos que se llevaba a las excursiones o, mi padre, que tenía que llevar almuerzo cuando trabajaba, también la usaba. En el pueblo tenemos está roja y azul, un clásico, que aún usamos cuando hacemos alguna merienda, antes en la cueva, ahora en Requeijo. De hecho, en las fotos sale con "contenido", unas croquetas de una meriendita con los amigos que espero podamos repetir este año.





Los vasos

Típicos vasos con decoración de frutitas, muy setenta-ochenteros. No me suena de haberlos usado mucho en mi casa habitual así que lo mismo fueron comprados para Ayoó directamente.


El palillero

Este si que es un clásico, el vasito de los palillos. Los había en varios colores.



El molinillo

Aquí si que va con el aparato una buena carga de memoria infantil: cuando mi madre cogía el molinillo y ponía el café y yo le decía, le doy, le doy... y hacía ese ruidito tan característico y ese olor a café molido... mmmmmm... El caso es que no me gusta el café, pero ese olor... ¡¡es genial!!! 

Este es de la marca Moulinex y puede tener, sin problema, 50 años.





10 de febrero de 2022

Bancos y asientos

Si hay  una cosa que caracteriza a los pueblos es que siempre encontrarás un asiento a mano... Si no lo hay "oficial" lo habrá "oficioso", unos ladrillos y una madera encima, un tocón o un banco de madera que antes tendría otro uso... cualquier cosa vale. Ya os he sacado en alguna otra ocasión (aquí, aquí, o aquí) y tenemos ahora un nuevo capítulo.

Piedra para descansar junto a la fuente de Trapeñacabras.

Banco improvisado en el lateral de la ermita de San Isidro en Quintanilla de Urz.

Calle Peñacabras. A buscar al gato que hay en la foto...

Banco junto a la casa de Alejandro en la calle Casillas.

Banco visto en una calle de Cubo.

Hibrido tocón silla, visto en la zona de las cuevas de Morales de Rey

Gato junto a un banco en Quintanilla de Urz.


7 de febrero de 2022

El Ti Santiago Lobo de Fuente Encalada

Antaño, entre pueblos, había grandes amistades entre habitantes de unos y otros lugares. La relación podía venir por vínculos familiares, por haber tenido que trabajar juntos en alguna labor o por dar con esa persona con la que te entiendes y hacer una relación de favores mutuos. 

Este es el caso de un señor de Fuente Encalada al que conocían como Santiago Lobo (Lobo el sobrenombre, claro). Tuvo una gran relación con mi abuelo Teófilo, eran amigos, se ayudaban en la época de la vendimia (mis abuelos compraron una viña en este pueblo vecino, la mejor de todas las que tenían) y mi padre recuerda varias anécdotas protagonizadas por este hombre que paso a relatar.

En la primera de ellas tiene que ver la familia de mi amiga Adela. Su abuelo, Polo, de San Pedro, no tenía hacienda, ni siquiera caballería. El se dedicaba a lo que podía, hacía de picapleitos, arreglaba papeles, contratos, repartía el correo (actividad que ha corrido por las venas de esta familia...). También vendía pulpo de media cura (aquí hablamos en su día de él) y un día mandó a buscar un fardo de pulpo a Gerardo, el padre de Adela, que era casi un crío. Lo mandó con la bicicleta, tenía que ir hasta Fuente Encalada y se puso un día horrible, lloviendo. Lo vio el Ti Santiago Lobo, que le dijo, pero hombre, cómo te manda tu padre venir así, con este día. Le invitó a entrar en su casa  y le sacó una burra muy alta que tenía. Puso el fardo a caballo y le buscó también una capa enorme que le cubría entero y le dijo que fuera por El Portillo. "Luego me traes la burra y la capa y ya vuelves en bici por el campo". Así lo hizo el chaval que nunca olvidó aquel detalle del vecino. Años después le decía Gerardo a Saturnino, el hijo del hombre que le ayudó, como tu padre había pocos. 

Fuente Encalada

El Ti Santiago también fue protagonista de otra historia, la de la cabra gemela.

Una cabra preñada de mi abuelo había dado a luz un cabrito muerto. Un señor del pueblo que era cabrero, coincidió en el monte con uno de Fuente Encalada y le comentó la desventura. Este le contó que el ti  Santiago había tenido todo lo contrario, una cabra que había tenido unos cabritos gemelos. El de Ayoó se lo contó a mi abuelo que ya no pudo ni dormir por la noche. 

Cabra con gemelos. Foto de Pikist, fotos libres de derechos para diseñadores.

No había amanecido cuando mi abuelo cogió la caballería y fue hasta su casa. Aún ni habían desayunado cuando se presentó y le pidió, por favor, que le vendiese el cabritillo (que realmente era cabritilla). El ti Santiago le dijo que en cuestiones del ganado él no podía decir nada porque eso lo llevaba su cuñada, Josefa. Una mujer que había estado unos años en un convento pero no le acabó de convencer esa vida y volvió al pueblo. No casó y vivió con su hermana Inocencia y su cuñado y ella se hacía cargo de todo lo que tenía que ver con la hacienda. La llamaban “la monja”, por cierto.

Josefa dijo que de acuerdo, que le daban la cabra a mi abuelo, pero Santiago Lobo no se la quería vender, se la quería regalar. Mi abuelo dijo que de eso nada, que le daba 100 pesetas por ella. y así quedó el acuerdo.

La cabra se hizo grande, daba muchísima leche y todo el mundo la conocía en el rebaño como  la cabra de Fuente Encalada. Fue una gran criadora y mejoró el rebaño. Según mi padre era de mucha mejor raza que las que había entonces en Ayoó.

Como la ayuda tiene que ser mutua, en otra ocasión fueron mis abuelos quienes les echaron una mano a ellos. El ti Santiago Lobo tenía dos hijos, Saturnino y Pedro, y siendo jóvenes, fueron a ver una comedia a Ayoó y al terminar les pilló una tormenta y no podían salir con las bicicletas de debajo del tejado de la iglesia. A uno de ellos se le ocurrió pedir refugio en casa de mis abuelos, que les recibieron y les dijeron que se acostaran en una habitación que tenían y allí pasaron la noche. Volvieron con las bicis a su pueblo al día siguiente.

 Era el mundo sin móvil.