La foto que ilustra este post es del caganer de nuestro belén casero. Nos lo regalaron el año pasado y como veis, está vestido con la camiseta del Athletic. Su presencia tiene que ver con una historia que me han contado muchas veces en casa y que traigo ahora:
Estaban un grupo de mozas en la casa de mis abuelos, en el hiladero, filando y se les terminó el agua. Mi tía Paulina y unas amigas (quienes las conozcan ya saben quienes podrán ser, ¡eran inseparables!) fueron a llenar el botijo, pero antes de ir decidieron ir a hacer sus necesidades, menores y mayores, a las piedras que subían al campanario (ahora hay una escalera y una verja). Los malos pensamientos pasaron por ellas y no se les ocurrió otra cosa que manchar con la mierda la cerradura de la puerta de la Iglesia... Así, hasta que a la mañana siguiente, el cura de entonces, don Ezequiel, fue a abrir para dar la misa y se encontró con el pastel (nunca mejor dicho, puajjj!!!). “Manuela -llamó- coge agua caliente y vete, que no puedo abrir la puerta”.
Comenzó la investigación de qué había ocurrido allí. Hablando con unos, con otras, unas mujeres vecinas le dijeron al sacerdote que habían visto a unas rapazas entrando en la casa de Menta. Y así cogieron a la más joven del grupito que, aturullada ante las preguntas, no tardó en confesar lo que habían hecho.
Don Ezequiel exigía que, como penitencia, fueran durante la misa con una vela a la zona delantera de la iglesia. Mi abuelo Teófilo, poco amigo de curas, se negó al escarmiento. “Las tortas ya se las han llevado y prefiero pagar una multa que llevarlas con la vela”.
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