A
la siega se iba muy temprano, apenas salía el sol, para las siete de
la mañana ya estaba la gente en marcha hacia las tierras. Pero hasta
las ocho o las ocho y media no salía la hacienda así que alguien de
la casa, normalmente la mujer, quedaba allí hasta que pasaba la
vacada, la cabreada, la yeguada, el ganado... Además tenía que
echar de comer a la hacienda y preparar la comida. Por supuesto, luego la mujer tenía que ir también a la tierra.
La comida se repartía a lo largo del día de trabajo en varias veces, como me contaba mi madre: “Se salía desayunado de casa y luego se tomaba el almuerzo sobre las diez o las once de la mañana, que se comía un bocao de pan. Se comía sobre la una y media o las dos y se sesteaba hasta las tres y media o cuatro. A las cinco o a las seis se hacía lo que se conocía como “echar las cinco”, que era comer un bocado. Por la noche la gente se hacía unas sopas de ajo y ya”.
Después de comer, los segadores hacían (echaban) la siesta hasta que el sol empezaba a bajar y a calentar menos. El barril del vino era el recipiente que se solía destinar para llevar el vino al campo en el tiempo de la siega.
Para
llevar esta comida se usaban cestas de mimbre, capazos y si se
llevaba la caballería, las alforjas del animal. Así se cuenta en la
web de Soto de Cameros, La Rioja: “Como a menudo las piezas
quedaban lejos, no se volvía a comer a casa sino que había que
"llevar la comida": una cesta con la cazuela y el pan, los
cubiertos y un trapo que servía para tapar la cesta primero y de
mantel después”.
Todas las comidas estaban acompañadas con vino. “El vino tenía que andar como el botijo del agua, a barullo, sobre todo a los portugueses que les gustaba mucho”. En el libro de Cuentas de don Genaro de Barrio las ventas de vino se disparan en los meses de verano en Terroso y en San Martín :en la siega de la hierba (junio), en la siega del pan (julio), y en las majas (agosto). El esfuerzo que requerían estos trabajos favorecía un mayor consumo de comida y bebida. Lo que ahora gastaban en alimentarse, lo estaban invirtiendo en el trabajo por conseguir una buena cosecha de todo lo necesario para subsistir al año siguiente: centeno para todos, personas y animales, y hierba para las vacas y el ganao.
El almuerzo de media mañana, entre las nueve y media y las diez, se componía de sopas, guiso de carne con patatas, o arroz con bacalao. Sin mediar descanso volvían a trabajar otras dos horas, y cuando el sol apenas hacía sombra con el cuerpo del segador, a medio día, llegaba la comida.
“Justo a medio día la comida, que le llevabas el caldo de berzas, de habas, de lo que fuera. Que echabas a cocer un poco de tocino, un huesico de codillo de jamón o de espalda. Si traías obreros, pues matabas una oveja de casa, y tenías carne para darles de comer. Llevabas el caldo y tocino, y carne, si tenías, y esa era la comida de mediodía. Pan y vino mucho. El vino a todas horas, en barriles de barro, y en otros barriles que estaban cubiertos con junco, redondos, con asas laterales. Eran las barrilas del vino.”
Con el caldo de mediodía se comía la vianda: el tocino, jamón, chorizo y carne de oveja o castrón con el que se había condimentado. Todos comían del mismo plato o de la misma fuente, acompañándose de un buen trozo de pan de centeno.
Los segadores de la facera comían al mismo tiempo. Como las tierras estaban unas junto a otras, la comida era una situación comunitaria, al igual que la siega. Después de comer descansaban dos horas.
“Luego la gente se echaba un ratito la siesta, eso era general, portugueses y obreros que llevaras. Te tumbabas a la sombra de un castaño o de un roble, o de un mornal, o ponías dos manojos, de pie, uno contra otro, y allí te metías a dormir la siesta cuando no había árboles cerca. En la siega del pan era lo suyo, echar la siesta, un par de horas o así… y cuando veías que alguno empezaba a levantarse, te levantabas tú y a segar.”
La hoja de sembradura de la facera estaba dividida entre todos los vecinos, por lo que la coincidencia en la siega, en las comidas y en los ritmos de trabajo y descanso hacían vivir esta actividad con sentido comunal.
“Después de la siesta a trabajar, a segar otro poco hasta la merienda. Era otra comida parecida a las demás, porque aquí no se salía de la misma rutina. Era ya fría, al mojor lo que había sobrao de mediodía.”
Los segadores pasaban unas ocho o diez horas en las tierras de centeno. Según lo descrito hasta ahora, parecería que estaban comiendo continuamente. Más bien, el trabajo llenaba la jornada, interrumpida por los momentos de comida y descanso: Desayunaban, trabajaban tres horas, almorzaban, trabajaban dos horas, comían y dormían la siesta, trabajaban dos o tres horas, merendaban, y finalizaban la jornada con otras dos o tres horas de trabajo. Los obreros contratados seguían este régimen de trabajo, pero los propietarios de las fincas seguían trabajando después de la puesta del sol.
“Y luego al terminar, si había luna venías muy tarde a casa. Los portugueses, de que se ponía el sol por lo general, ya no te querían segar nada. Pero ya empezabas a apañar el pan, a hacer los mornales, y podías venir a casa a las doce de la noche. Dejabas de segar con un poquito de sol porque luego había que atar aquel centeno que habían segado por el día.”
“Y luego, harto de segar en el campo, volvías a casa, y que si las vacas se te habían venido del monte y andaban sueltas por el pueblo…, que había que darle a los cerdos y no tenías qué darle…, y vete de noche a pelar hojas…, y vete de noche a por unas berzas a la cortina, o a por patatas…”
El trabajo principal de las mujeres era preparar la abundante comida que requería esta labor, y su traslado a la tierra donde estaban segando. Incluso después de llevar la comida, si les sobraba tiempo, se quedaban segando o atando lo segado.
Grupo de segadoras (y segador). Web de Noguera (Teruel) |
La comida se repartía a lo largo del día de trabajo en varias veces, como me contaba mi madre: “Se salía desayunado de casa y luego se tomaba el almuerzo sobre las diez o las once de la mañana, que se comía un bocao de pan. Se comía sobre la una y media o las dos y se sesteaba hasta las tres y media o cuatro. A las cinco o a las seis se hacía lo que se conocía como “echar las cinco”, que era comer un bocado. Por la noche la gente se hacía unas sopas de ajo y ya”.
Segadores haciendo un descanso. Web de Campo de Criptana (Ciudad Real) |
“Para
descansar se buscaba una sombra, un árbol y si no había nada se
hacía con la misma morena, se fincaban los manojos para hacer sombra
y se ponían unas mantas o unos sacos”.
Las
comidas típicas de esta época de siega, según
me cuenta mi madre, dependía de lo que cada familia pudiera, "pero era
típico llevar bacalao con patatas, dos días antes de mataba algún conejo y
se llevaba conejo con arroz, carne cocida... los que no podían
llevar esto llevaban chorizo y tocino, también ensalada, se llevaba
una lechuga envuelta, unos tomates... En tiempo de siega era muy
típico cenar sopa de patatas, era patata cocida chafada con aceite,
se hacía en un puchero de barro. También las sopas de pan, la
tortilla...”.
Para beber se llevaba tanto vino como el agua en las barrilas. Para el vino se llevaban las vasijas impermeabilizadas con pez (de las que ya hemos hablado en este post ) y para el agua se utilizan las llamadas barrilas.
Para beber se llevaba tanto vino como el agua en las barrilas. Para el vino se llevaban las vasijas impermeabilizadas con pez (de las que ya hemos hablado en este post ) y para el agua se utilizan las llamadas barrilas.
Botija de Ana Riesco. Web Patrimonio Popular. |
Barrila de barro. Web del Ayuntamiento de Sta. Elena de Jamuz |
Gary
Justel, en su página sobre Uña de Quintana, recuerda así las
comidas en tiempo de siega:
Durante
la siega, se comía generalmente en el campo, siendo la tarea de los
niños, llevar las sopas, lo que hacíamos con el burro o el caballo,
llegando justo a la hora para que los segadores pudieran comer
caliente. Sobre las 10 de la mañana se almorzaba y sobre la una se
comía. Frecuentemente sobre las cinco o las seis de la tarde se
merendaba. Dicho de otro modo, aunque se trabajaba duro, no se
descuidaba la alimentación en ese momento.Después de comer, los segadores hacían (echaban) la siesta hasta que el sol empezaba a bajar y a calentar menos. El barril del vino era el recipiente que se solía destinar para llevar el vino al campo en el tiempo de la siega.
Comida al estilo tradicional tras la recreación de una siega en Bargota, Navarra. |
Y
desde Aliste, Gumaro, rememora también estos momentos: La
comida era en el campo y a veces a pleno sol de julio, o también si
había algún árbol o arbusto cerca se aprovechaba la sombra. El
cántaro y la barrila para el agua, y el barril para el vino, eran
siempre fieles compañeros de los segadores.
Cestas de mimbre variadas, parte de la colección que la hija de Eusebio, Ana Riesco, tiene en su casa de Morales. Foto de la web Patrimonio Popular. |
Más capazos de Ana Riesco. Web Patrimonio Popular. |
En
un interesante blog llamado “Lenguajes culturales” se narra todo
este momento del trabajo de la siega, donde se recoge sobretodo las
costumbres de la zona de Sanabria (de ahí su referencia a los
portugueses, habituales en las cuadrillas de segadores de la zona):
Una vez tomado este ligero desayuno, se ponían en camino hacia la
tierra con la hoz y el sombrero de paja para empezar la faena del
día.
“Normalmente se salía de casa al romper el sol. Trabajaban
hasta las nueve y media, y se les traía el almuerzo”.
“El almuerzo era de costillas con patatas o bacalao con
arroz.”Todas las comidas estaban acompañadas con vino. “El vino tenía que andar como el botijo del agua, a barullo, sobre todo a los portugueses que les gustaba mucho”. En el libro de Cuentas de don Genaro de Barrio las ventas de vino se disparan en los meses de verano en Terroso y en San Martín :en la siega de la hierba (junio), en la siega del pan (julio), y en las majas (agosto). El esfuerzo que requerían estos trabajos favorecía un mayor consumo de comida y bebida. Lo que ahora gastaban en alimentarse, lo estaban invirtiendo en el trabajo por conseguir una buena cosecha de todo lo necesario para subsistir al año siguiente: centeno para todos, personas y animales, y hierba para las vacas y el ganao.
El almuerzo de media mañana, entre las nueve y media y las diez, se componía de sopas, guiso de carne con patatas, o arroz con bacalao. Sin mediar descanso volvían a trabajar otras dos horas, y cuando el sol apenas hacía sombra con el cuerpo del segador, a medio día, llegaba la comida.
Segadora. Web de San Pedro Manrique (Soria) |
“Justo a medio día la comida, que le llevabas el caldo de berzas, de habas, de lo que fuera. Que echabas a cocer un poco de tocino, un huesico de codillo de jamón o de espalda. Si traías obreros, pues matabas una oveja de casa, y tenías carne para darles de comer. Llevabas el caldo y tocino, y carne, si tenías, y esa era la comida de mediodía. Pan y vino mucho. El vino a todas horas, en barriles de barro, y en otros barriles que estaban cubiertos con junco, redondos, con asas laterales. Eran las barrilas del vino.”
Con el caldo de mediodía se comía la vianda: el tocino, jamón, chorizo y carne de oveja o castrón con el que se había condimentado. Todos comían del mismo plato o de la misma fuente, acompañándose de un buen trozo de pan de centeno.
Los segadores de la facera comían al mismo tiempo. Como las tierras estaban unas junto a otras, la comida era una situación comunitaria, al igual que la siega. Después de comer descansaban dos horas.
“Luego la gente se echaba un ratito la siesta, eso era general, portugueses y obreros que llevaras. Te tumbabas a la sombra de un castaño o de un roble, o de un mornal, o ponías dos manojos, de pie, uno contra otro, y allí te metías a dormir la siesta cuando no había árboles cerca. En la siega del pan era lo suyo, echar la siesta, un par de horas o así… y cuando veías que alguno empezaba a levantarse, te levantabas tú y a segar.”
La hoja de sembradura de la facera estaba dividida entre todos los vecinos, por lo que la coincidencia en la siega, en las comidas y en los ritmos de trabajo y descanso hacían vivir esta actividad con sentido comunal.
“Después de la siesta a trabajar, a segar otro poco hasta la merienda. Era otra comida parecida a las demás, porque aquí no se salía de la misma rutina. Era ya fría, al mojor lo que había sobrao de mediodía.”
Los segadores pasaban unas ocho o diez horas en las tierras de centeno. Según lo descrito hasta ahora, parecería que estaban comiendo continuamente. Más bien, el trabajo llenaba la jornada, interrumpida por los momentos de comida y descanso: Desayunaban, trabajaban tres horas, almorzaban, trabajaban dos horas, comían y dormían la siesta, trabajaban dos o tres horas, merendaban, y finalizaban la jornada con otras dos o tres horas de trabajo. Los obreros contratados seguían este régimen de trabajo, pero los propietarios de las fincas seguían trabajando después de la puesta del sol.
“Y luego al terminar, si había luna venías muy tarde a casa. Los portugueses, de que se ponía el sol por lo general, ya no te querían segar nada. Pero ya empezabas a apañar el pan, a hacer los mornales, y podías venir a casa a las doce de la noche. Dejabas de segar con un poquito de sol porque luego había que atar aquel centeno que habían segado por el día.”
“Y luego, harto de segar en el campo, volvías a casa, y que si las vacas se te habían venido del monte y andaban sueltas por el pueblo…, que había que darle a los cerdos y no tenías qué darle…, y vete de noche a pelar hojas…, y vete de noche a por unas berzas a la cortina, o a por patatas…”
El trabajo principal de las mujeres era preparar la abundante comida que requería esta labor, y su traslado a la tierra donde estaban segando. Incluso después de llevar la comida, si les sobraba tiempo, se quedaban segando o atando lo segado.
Éste
considerable esfuerzo tenía que ser compensado con un gran consumo
de alimentos. No escatimaban la
matanza que habían
reservado durante el invierno para estos días de trabajo. Aunque no
les sobraba nada, ya que carecían de excedentes en una economía de
subsistencia, había un cierto espíritu de derroche en la
alimentación necesaria para los trabajos del verano. Sentían que
era una obligación tanto trabajar sin descanso, como dar de comer en
abundancia.
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