Una de las historias que me contó fue este enternecedor relato de su llegada al Servicio Militar:
Cuartel de Medina del Campo (Valladolid). Fotografía de la Colección de la Fundación Joaquín Díaz. |
Cuando yo llegué a cuartel de Medina
del Campo, el 17 de Septiembre de 1947, a las doce de la noche, nos
destinaron a un barracón y nos dieron un bocadillo. Al día
siguiente por la mañana, el sargento llegó y dijo a ver si alguien
sabía leer y cantar latín. Levanté la mano y enseguida me
arrepentí, porque siempre te decían que en la mili mejor no
presentarse nunca voluntario a nada. Nos cogieron a seis y nos
mandaron a cantar en la Colegiata para la patrona, en Diciembre, el
día 4, festividad de Santa Bárbara. El cura era nuevo y quería
cantar la misa el día de la patrona. Nos llamaban los cantores.
Antonio Casado padre, que estaba destinado allí, nos llevaba de
expedición a los ensayos.
Llegó el día de cantar y fue uno de
los más alegres y más tristes a la vez de mi vida. El coronel le
pidió al gobernador que diera fiesta también a los civiles para que
vieran la primera misa cantada en la Colegiata, no solo la misa
rezada. Los militares quedaron encantados con la misa, los civiles
también. La cantamos acompañados de un órgano y nosotros a dos
tonos. Cantando el himno del regimiento, yo solo, sin padre allí, me
ahogaba de la emoción y la pena de estar solo.
Colegiata de Medina del Campo. Postal de la tienda de objetos antiguos Almirante 23. |
Nos había dicho el cura, “si sale bien, yo dos doy un mes de permiso y el coronel otro y si no, al calabozo”. Y como salió estupendamente, me dieron los dos meses de permiso. Cuando llegué al pueblo era de noche (había que venir andando desde Santibáñez). Mi padre oyó ruido y se levantó con un palo y preguntó quién era. Le dije, padre, soy yo, Alberto. Salió, nos abrazamos y así se me cayó en los brazos, se desmayó. Salía con el farol, de los de antes de aceite y él encima de mi, desmayado y la perra que se me escarrincaba.... ya mi padre volvió en si, yo creo que fue la emoción de verme, yo llorando, mi padre me abrazaba y me besaba. Mi madre empezó a llorar porque pensaba que me habían dado el permiso porque estaba enfermo, porque no era posible que tan pronto estuviera de vuelta, todo el tiempo que estuve me decía, “anda hijo, dime que tienes, por qué te han mandado para casa” y no creía que hubiera sido por cantar.
Yo estaba en el Regimiento de Artillería nº47 y puedo decir que en la mili pasé algunos de los mejores años de mi vida.
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