3 de julio de 2010

Médicos y enfermos (1)

Tras muchos años de servicio en Ayoó, hace unos meses dejó su puesto Violeta, la doctora del pueblo que ha sido sustituida por un joven profesional de Salamanca, llamado Enrique y que parece haber superado con nota el primer contacto: amable, atento y diligente. Su nombre es el último de la lista de médicos de Ayoó: Don Angel, Don Alberto, Don Etelvino, Don Alvaro, Don Luis, María Angeles, Violeta y el actual, Enrique.


Mucho ha cambiado la práctica de la medicina en un pueblo como Ayoó en esos cincuenta-sesenta años y aún más, el papel del doctor en la vida social del pueblo. Del Don y del respeto temeroso a una relación mucho más cordial, relajada y cercana.


En los años cuarenta-cincuenta no había Seguridad Social y se pagaba una iguala. (1)
Con este pago se tenía asegurada la atención médico cuando fuera necesaria o poder obtener un Certificado de Defunción, si la cosa no había tenido arreglo.


Los doctores, tanto los de los humanos como el de los animales, el veterinario, estaban en Santibáñez: Don Dionisio, Don Teodoro y Don Pedro. Tenían una caballería muy buena y cuando alguien les daba un aviso iban en él, en el caballo grande, bonito, de buen porte y con una manta hermosa... era el equivalente al Mercedes de hoy.
Si uno no se encontraba demasiado mal, iba el enfermo hasta la consulta.


En la atención sanitaria de aquellos años, en mi casa recuerdan la labor no de un médico si no de un cura. Se llamaba Don Fermín y era de la familia de los Ferreras. Estaba destinado en Zamora y cuando alguien estaba tan mal que debía desplazarse hasta allí, se le atendía “como pobre”, sin recursos, por medio de la beneficiencia. Don Fermín intercedía por la gente de Ayoó. Le decía al médico de turno, “atiéndele bien que es de mi familia”. Hubo uno que le mencionó, con cierta sorna, “cuánto primo tiene usted en el pueblo, don Fermín...”, lo que el susodicho zanjó con un “mira, hijo, es que mi madre tenía muchos hermanos...”.


Don Fermín, que estaba atendido por una señora llamada Francisca (más conocida como “la Quica”), procuraba que la gente del pueblo tuviera buen trato. A una entonces niña, Conce, hija de la Ti Leonor, vecina de mi familia, le salvó la pierna.  Tenía seis o siete años cuando se cayó jugando en el prado. Se hizo una herida muy fea, fue al médico y se la vendaron. Se quedaba en la casa con mi abuela Menta, para no estar ella sola en casa y la pierna le dolía y olía mal... Cuando le quitaron la venda, la herida estaba casi gangrenada. La llevaron a Zamora y los médicos querían cortar la pierna de lo mal que estaba. Don Fermín estuvo a su lado y pidió que hicieron lo posible por salvársela, que era un niña, de familia humilde, que esa no sería vida para ella... y lo consiguió, Conce salvó su pierna.




(1) Iguala: Convenio entre médico y cliente por el que aquel presta a este sus servicios mediante una cantidad fija anual en metálico o en especie. Definición del Diccionario de la Academia.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Te olvidas de un practicante que hubo en el pueblo que se llamaba Don Jose.aunque creo que este mereceria algo mas que un comentario solamente

IRM dijo...

No... no me he olvidado y tengo alguna anécdota sobre él que pondré más adelante... Don José, conocido, con todos los perdones, como Patatrinca.