Hace un tiempo hablamos en este blog de las agallas del roble o abuyacos, como se llaman en el pueblo, aquí. No solo el roble es el hospedador de insectos, aunque es el más conocido. También el rosal silvestre, el agavanzal (aquí el post sobre él) se convierte en involuntaria casa de un insecto que deja sus huevos en sus tallos, produciendo una escrecencia de la que se alimenta la larva.
En el caso del agavanzal, el insecto es el Diplolepis rosae y la agallla que forma es como un lío de hilos, más rojizo y lozano en el verano y a medida que llega el otoño y el invierno se va quedando más marrón y decaído.
Al igual que en las agallas del roble, la avispa deja su huevo en el tallo de la planta, que se defiende del ataque creando a su alrededor un recubrimiento que le sirve de protección y alimento hasta que llega la primavera y puede salir al exterior.
En esta planta que estaba en el camino de Requeijo, encontré un agavanzal y un roble, uno con otro y cada uno con sus agallas.
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