5 de abril de 2010

La multa y el nabo

En los años de niñez y adolescencia de mi padre, hace ya más de 60 años, era costumbre entre los chavales robar peras y manzanas en los huertos y esconderlas en los “madureros”, agujeros escondidos en pajares o paneras o casas deshabitadas.


La historia de hoy comienza cuando encuentran un madurero que había en la panera que ahora tiene nuestro primo Aureliano, en la salida hacia Congosta, por detrás de lo que era la casa de Santiago Jalones. Un vecino vio que por las mañanas había allí paja revuelta y decidió investigar a qué se debía. Poco le costó encontrar el agujero lleno de manzanas y peras Otro vecino aseguró que eran suyas y presentó denuncia ante la guardia. Este vecino, el denunciante, era muy conocido en el pueblo por llamar a la guardia cada dos por tres y denunciar todo lo denunciable (y lo que no lo era, que ya tenía aburridos a los agentes). El caso es que fueron acusados seis o siete chavales (Maximiliano, Eladio, Andrés Riesco, Peruco...)... Mi padre era el más jovencito, y aunque juró y perjuró que él no tenía nada que ver, se vio metido en el lío de igual manera.


Todos tenían que ir hasta Benavente a que les tomasen declaración. Entonces no era como ahora, las comunicaciones eran difíciles, no había coches de línea y menos privados, así que el Ti Manuel Riesco, padre de uno de los acusados, se ofreció para llevarles en un carro de mulas que tenía. El estaba haciendo entonces la casa que está en la Audiencia, donde ahora se encuentra la farmacia de Ayoó, y necesitaba comprar material para la obra. Así se embarcaron en un curioso viaje nocturno (debían presentarse a las 9.30 de la mañana en el juzgado) por el Valle abajo...


Apenas había un camino, la carretera estaba entonces en plena construcción, iban a oscuras, solos... pero los chavales se tomaron el trayecto como un momento de juerga y diversión. Un rato iban unos andando, otros en el carro... llegaban a Carracedo y tocaban la campana de la Iglesia... pasaban por la ermita del Cristo en Moratones y otro tanto... De vez en cuando quitaban la clavija y como el carro era de volquete, se levantaba...


Cuando ya llevaban un buen camino y el cansancio apretaba, se tumbaban ayudados con unos sacos de paja que portaban. Al llegar a Quiruelas no sabían para donde tirar. El Ti Manuel picó una ventana y no le dieron bien las señas, les llevaban en sentido contrario, a la Cañada. Picó otra y explicó la situación y un señor se levantó (serían sobre las seis de la mañana) y les indicó el camino a Benavente, por Colinas.


Ya en el juzgado les tomaron declaración y todos decían lo mismo, que no sabían nada de las peras ni de las manzanas y que ellos estaban en casa y eran inocentes. Escribieron su versión de los hechos y debían firmarla con una secretaria muy mona que había allí, con los labios pintados, un jersey rojo... una chica de buen ver. Uno de los rapaces del grupo era Santiago Centeno, el conocido Jalones del pueblo. Cuando le tocó firmar dijo que no sabía escribir y que tenía que hacerlo con el dedo. Y la secretaria, que se ve que estaba de buen humor, le empezó a vacilar. Dio un golpe en la mesa y mirando a Santiago le dijo: “Ay, rapaz, yo que me había enamorado de ti al verte, tan guapo, con ese pelo rizo que tienes...”


Salieron del juzgado y Santiago siguió siendo el centro de las bromas. “Le pusimos -recuerda mi padre- un papel en la espalda que decía “Se vende este burro por goloso” y fue por toda la ciudad con el cartel y nosotros ja ja, jaja... venga reírnos”.


Acompañaron al Ti Manuel a hacer sus compras, clavos, maderas, puntales... y ya volvían al pueblo.

Campo de nabos a la entrada de Ayoó

Era un día caluroso y en Brime mi padre se bajó del carro y cogió un nabo, que son muy fresquines así arrancados de la tierra. Al salir del pueblo vino el guardia(1) y le dijo que tenía que pagar cinco pesetas de multa por el nabo. “Pero cómo -dijo mi padre asustado- por un nabo nada más? Cinco pesetas?”. Y el guardia le contestó “un nabo tú y otro y otro, si pasan cincuenta son muchos nabos...”. Así comenzaron una discusión, mi padre que no pagaba, el guadia que les metía a todos en el calabozo... al final fue el Ti Manuel quien pagó el nabo para terminar de llegar al pueblo, así que salió caro el nabo, por cinco pesetas.


Mi abuelo le abonó el nabo al Ti Manuel (primo suyo, por cierto) y tanto mi padre como los otros chavales le compensaron el viaje en carro trabajando un día o dos en las obras de su casa.


Al final, el juicio lo ganaron los chavales y para fastidiar al denunciante, se pusieron a tirar cohetes a su puerta. La gente salía por el estruendo y preguntaba qué pasaba y los mozos, todos alborotados, gritaban “que hemos ganado el juicio los mozos, hemos ganado el juicio”. El vecino que había perdido salió todo enfadado, “ah, carajo, encima de comerme las peras vienen a la mi puerta a tirar los cohetes”.




(1)Los guardias de campos eran vigilantes pagados por el pueblo para que vigilaran que no se llevaran el fruto de las tierras y también por si la hacienda entraba y se comía el fruto. Podían poner una multa de hasta 50 pesetas...

2 comentarios:

Anónimo dijo...

No suelo entrar mucho en el foro, la verdad es que lo he descubierto hace poquito, pero le voy cogiendo gusto. Gracias por esta historia en la que hablas de mi abuelo, me los imagino en el viaje y me parto. Hacia además mucho tiempo que no oía nombrar a Santiago Jalones, y me ha traido bonitos recuerdos. Gracias otra vez y cuenta muchas de estas, que se agradece. Un saludo

Triceratops dijo...

Un nabo 5 pesetas.
Una pera 7.
Una sandía 10,50.
Un madurero en agosto... ¡no tiene precio!.

Para todo lo demás... ¡preguntarle a la simpática del juzgado de guardia!.

Un saludo