6 de noviembre de 2016

La fiesta de los mozos

Acabamos de pasar el 1 de noviembre, el Día dedicado a todos los santos, una celebración de la Iglesia católica de especial raigambre en pueblos como Ayoó. Pero hace unos años, esta fecha era aún más señalada porque con Todos los Santos llegaba la fiesta de los Quintos, todo un ritual de paso, de dejar de ser niño para convertirse en mozo. Para ello, el chaval (ellos, hablamos del género masculino) que llegaba a los 15 años tenía convidar a los mozos mayores. Tenían que pagar un cántaro de vino que acompañaba a una cabra que se mataba para esa fecha y se comía entre todos. Ese mismo día, por la tarde, se hacía el esperado sorteo. Se ponían los nombres de los mozos y de las mozas en una bolsa y se iban sacando los papeles para que el chico rondase a la chica que le había correspondido. El mozo debía ir a la casa de la joven y darle un poco de palique. Daba lo mismo que ella o él tuvieran novio formales, la ronda había que hacerla. Y para asegurarse de que así era, dos o tres iban a revisar las rondas.

El sorteo se celebró hasta principios de los setenta, cuando decayó la cosa y empezaron a hacerse trampas (“siempre salían juntos los nombres de los novios, hacían tongo”, me dicen en casa).

Aquellos mozos que tenían que hacer la mili en ese año, aprovechaban la fiesta del sorteo para reunirse el día anterior y hacer una comida o una merienda.






También era habitual que se hiciera una comedia coincidiendo con esta fiesta de los mozos, comedia a la que iba todo el pueblo, como era costumbre.

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