En alguna otra ocasión hemos hablado de los madureros, lugares donde se dejaba la fruta para que madurase. Los chavales de la época, de hace sesenta años, tenían sus propios madureros para guardar la fruta que robaban en los huertos (la trastada típica de aquellos años) en paneras, pajares o casas abandonadas.
Mi padre me contó otra historia que se podría titular como “entre pillos anda el juego”. Este es el relato: “Habíamos ido Guillermo, Delfín y yo a manzanas tras la Iglesia y las llevamos a la casa que es ahora la de Alberto, que tenía allí Tío Guillermo un corral de las ovejas. Al ir, encontramos allí otras manzanas que eran de Felipe, Arturo, Pedro El Chinguero... Le decíamos a Guillermo ¿las llevamos? Y decía que no, que eran de su hermano y que no se las íbamos a robar. Pero Delfín y yo nos quedamos con la golosina, así que entramos por detrás, por el huerto de Olegario y las llevamos por Perafondo, medio saquico, como 20 o 30 kilos. Las dejamos en la casa de Delfín y cuando se marchaban Tina y Vicente, sus hermanos, íbamos a la cocina de humo y hala, a comer manzanas. El caso es que Guillermo nos dijo, “oye, mira, teníamos que haber cogido las manzanas que al final han venido otros y se las han llevado”. Y Delfín y yo, callados sin decir nada”.
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