26 de mayo de 2020

Mi casa EGBera: colchas

Si hay algo que caracteriza una auténtica casa de pueblo es una decoración hija de los restos de la casa principal, muebles de acá y de allá que se mezclan en una misma habitación y ropa de casa digna de la ambientación de Cuéntame. Si no es así, no es una auténtica casa de pueblo, sentencio.


Mi casa lo cumple. Creo que ya he comentado alguna vez que los muebles que mis padres iban quitando del piso en Santurtzi llegaban por diferentes medios al pueblo. Que si con alguna furgoneta de un amigo, que si en el coche del otro y, sobretodo, en los autobuses de Raúl, una empresa de Castrocontrigo que nos llevaba puerta a puerta en sus autocares "alegales". Cuando no tenía viajeros, los ayoínos desperdigados por Euskadi aprovechaban y llenaban las bodegas del autobús de armarios, fregaderos, neveras, televisiones... Así se llenó mi casa del pueblo.


Y entre mueble y mueble, fueron llegaron toallas, sábanas, mantas y colchas. Estas son las protagonistas de hoy, tres colchas que yo recuerdo de mi niñez y que harían las delicias de los atrezzistas de una serie de época setentera.





Son colchas ligeras, de verano, de algodón diría yo. Una lleva como decoración una especie de ramo estilizado que aún recuerdo en mi cama de niña. Las otras dos son más sesenteras, con dibujo planos de flores, una con filigranas más intrincadas y la otra más naif. Las dos con un bordecito de flecos.











Las colchas han hecho de todo, desde vestir las camas a tapar muebles. Cuando parecían condenadas,  yo aposté por ellas y las lavamos y guardamos de buena manera en el armario, siempre dispuestas a salir y seguir dando su toque a nuestra alcoba.

En casa hay mucho trasto vintage que diríamos en fino, EGBera ahora que lo del mundo de cuartones y cincuentones está de moda, avantales que diría mi abuela. Irán desfilando por aquí.

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