Web de Malva (Zamora). |
Decidió Miguel venir a Ayoó a vender castañas. No tenía reloj, ni despertador, así que pensó dormir y madrugar para venir por el monte, por la Chana, y llegar temprano. Se acostó y cuando le pareció que había dormido bien, se levantó, ensilló la yegua, le puso el fardel de castañas y se encaminó al pueblo. Pero se ve que no había echado más que un sueñín y llegó en plena noche -otoño haci ael invierno, noches largas, días cortos- y al ver que no amanecía no sabía que hacer. Se acercó a la casa de mis abuelos, dejó las castañas en la piedra de majar el lino que había junto a la puerta, la yegua la amarró a la herradura que había en la entera de la puerta y él ahí, a aguntar el frío, arriba y abajo por la cuesta que está junto a la casa.
Mi abuelo, que era de sueño ligero, se despertó al oír los pasos y pensó que podía ser un ladrón. Avisó a mi abuela y salió de la casa amenazando “alto, quien anda ahí” -amenazando con la cachava porque nunca tuvo escopeta en casa.- Y el de Torneros le contestó “quieto, Teófilo, que soy Miguel, que vengo a vender castañas y no sabía la hora y he venido demasiado pronto. No te he llamado porque no quería molestar y estaba aquí, esperando que se hiciera de día”. Mi abuelo ya le dejó pasar a la casa, recogió la yegua, le hizo lumbre y acogió al pobre hombre al que la falta de reloj le jugó una mala pasada.
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