26 de enero de 2010

Las tiendas

Si queremos comprar una botella de aceite, una tableta de chocolate o un cepillo para la ropa, vamos hasta la tienda de Carmen, la única que ya queda en el pueblo, tras cerrar Trini la suya. Pero desde los años cuarenta (antes no llega nuestra memoria prestada...) ha habido un buen puñado de negocios que surtían a los ayoínos de lo más básico.

Frente al lugar donde ahora está el Ayuntamiento, se encontraba la tienda del Ti Dámaso, en la que daban por ración en los años de postguerra, es decir, vendían con los cupones del racionamiento.

De ración eran, asimismo, los productos que se podían adquirir en el establecimiento de Ismael Ferreras (tío de mi Tío Ismael, con el que coincide en nombre) y Manuela. En el local, situado en El Canto, en una casa donde ahora Domingo guarda sus perros, cerca del bar de Antonia, había aceite, azúcar, algo de bacalao, galletas e incluso tenía una pequeña parte de bar, de café de los de antes, muy modesto, nada que ver con los de ahora.

El Ti Celedonio Tostón, padre de Ezequiel, Arcadio, Benigno... tenía un negocio en el que vendía un poco de todo, desde puntas a aceite y pimientos. Estaba por donde la actual casa de Arcadio que en su día también tuvo una pequeña tienda-bar. Asunción, siempre recordada por el bar que tuvo durante años, puso una pequeña tienda durante no mucho tiempo en ese espacio, una vez cerrada la taberna.

La tienda por definición de la que yo me acuerdo desde pequeña es la de Ezequiel y Angelina, en El Canto. El establecimiento estaba en la habitación que hay a la derecha de la puerta pequeña de la casa y recuerdo el olor que tenía, no sé a qué, a azúcar, a madera... a tienda de pueblo. Tenía un pequeño mostrador y aparadores de madera con los productos... y la balanza con las distintas pesas en orden y que yo toqueteaba mientras mi madre hablaba... Allí no se compraba como ahora, se iba sin prisas, se charlaba sobre la familia (la señora Angelina es prima de mi padre, hija de una hermana de mi abuela Menta), se hacían las cosas con calma, ir a comprar era más una cita social que un recado apresurado.

Balanza en una vieja tienda. Web de Xiplo

Además de los establecimientos digamos, fijos, había vecinos que ofrecían otros productos, además de los vendedores ambulantes que llegaban a Ayoó.

Mi abuelo vendía chocolate de Castro, del de Santocildes, y café que conseguía como podía. El Ti David, el pregonero, vendía pescado y había uno de Congosta que iba a comprar huevos por las casas.

También estaban “los gallegos” que llegaban con un cajón a la espalda para vender artículos de mercería, hilos, botones, agujas... También gallegas eran las “colchoneras” que llegaban con los fardeles en la cabeza, llenos de sábanas, toallas y otros tejidos para la casa.

Junto a ellos, que se ganaban la vida duramente, viniendo desde su tierra y recorriendo los pueblos, aparecían estafadores. Decían que vendían ropa para la casa y eran unos ases engatusando a la gente a la que engañaban con malos tejidos o directamente, con timos. Mi madre recuerda como mi padre mandó hacer un traje y la tela era tan mala y estaba tan mal hecho que nunca se lo pudo poner.

En una ocasión, a una mujer de Congosta, la engañaron con artimañas,diciéndole que conocían a un pariente lejano y ganándose su confianza. Le dejaron el fardo a cambio de dinero para un imprevisto que supuestamente les había surgido. La mujer, que acababa de vender una vaca, se lo dio y cuando vio que no volvían, abrió el fardo y se lo encontró llenó de papeles y sin nada de valor.

En tiempos más recientes también ha habido (y sigue habiendo) vendedores ambulantes (de los legales eh?). Los hay "fijos" como Pepe el de Santibáñez, que ponía sus ropas en tenderetes en la Audiencia; la pescadería de Jose el de Congosta, las tartas y pasteles de la de Jiménez o los Congelados de los de Ponferrada. Y los hay que vienen de vez en cuando a mostrar su cacharrería, bien sea de ferretería y cosas para la casa, bien zapatos, bien cualquier otro producto.

Ferretería ambulante fotografiada en Agosto de 1998

Y casi la misma imagen, diez años después...

El chico del camión de los congelados de Ponferrada, que le prometí sacar su foto en internet!!

4 comentarios:

Triceratops dijo...

Yo visito también la tienda de Carmen, no nos queda otra, pero recuerdo la de Trini, la de Ezequiel y muy lejanamente la de Arcadio que además era Bar. También tuvo tienda Asunción en la zona que anteriormente había ocupado el bar, esta se te ha olvidado.

Recuerdo con gran cariño al señor Ezequiel que siempre te recibía con un "que quieres amigo", me dejaba mojar el dedo en el saco del azucar, colocado tras la puerta. Esta tienda era un gran cajón desastre, podías encontrar desde bacalao hasta clavos. Gran persona el señor Ezequiel (q.e.p.d.).

Un saludo

Triceratops dijo...

Aaahhhhhhhh, se me olvidaba. El señor David también vendía huevos y pescado no se si vendería mucho porque a mi siempre me ofrecía sardinas de cinco rabos. Nunca las quise comprar... por si las moscas.

Gran personaje, tembién este, de la vida ayoina de los últimos ¡¡¡ casi 100 años !!!. No hace mucho que también nos dejó (D.E.P.).

Un saludo

IRM dijo...

Pués apunto la de Asunción también... Mira tú que la de Trini, quizas porque estaba también en una casa más vieja (la de Carmen es nueva, casa de ladrillo) me recordaba en su olor a la de Ezequiel (Ziquiel en mi casa :) )... ese olor a eso, a tienda de pueblo con un poco de todo... a mi me encantaban las pesas, las toqueteaba de las cambiaba de sitio, me llamaban mucho la atención... Y lo de la casa de Plácido, padre e hijo, tuve que insistir porque yo recordaba ir conmi abuela a una casa por los barrios de arriba para comprar peras y otras frutas y ni mi madre ni mi padre lo recordaban hasta que se les encendió la lucecita. Lo recuerdo porque pesaban con una romana, que siempre me han fascinado...

Triceratops dijo...

Sisisisisisisi, la tí Clementina, la mujer de Placido, también vendía en casa aunque al final era más una extensión del negocio de su hijo en Benavente que una tienda propiamente dicha: galletas, aceite, alguna lata y poco más.
También recuerdo que los últimos años aquello parecía un self-service, entrabas y la tí Clementina te dejaba surtirte mientras ella controlaba desde la puerta "coje lo que quieras luna", luego a pagar y a casa.
Que recuerdos, se pone uno nostálgico hasta con las tiendas. ¿Será la edad?.

Un saludo