Cuando fui al pueblo se la enseñé a
mi madre y me contó una anécdota tierna y triste que puedo poner
aquí tras haber conseguido su permiso (aunque a regañadientes).
“Mira, ves la chaqueta que lleva
Antonia? Pues fue mía durante un día”. Resulta que Antonia y su
madre habían comprado la chaqueta en Santibáñez. Y mi madre bajó al pueblo vecino con su padrastro y la compró también. Se la puso
el día de Pascua, toda chula que iba Emilia con su chaqueta de
cuadros, cuando la madre de Antonia la llamó y le preguntó a ver de
dónde la había sacado... Mi madre, llorosa, se lo contó a su
padrastro, este fue a hablar con la madre de Antonia y juntos bajaron
hasta Santibáñez. Resulta que la culpa de todo el malentendido fue
del vendedor que, muy cuco él, había vendido la prenda dos veces: la primera a Antonia y madre, que se la dejaron olvidada allí. En vez de
recogerla para devolverla, la vendió de nuevo, esta vez a mi madre,
que llegó detrás. Antonia recuperó su chaqueta de cuadros y mi
madre se quedó sin ella y con el disgusto.
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