La luz llegó a Ayoó a mediados de los años cuarenta. Fue un logro fruto del esfuerzo de todos los vecinos que trabajaron codo con codo para poner en pie la infraestructura necesaria.
La luz llegó primero a Santibáñez, de donde la cogieron San Pedro y Carracedo. Congosta la tomó desde Carracedo, pero el servicio se les iba continuamente. En Ayoó se decidió engancharla desde Cubo. El resto de los pueblos del valle, desde Rosinos hacía abajo, tuvieron luz mucho más tarde.
Entonces se trabajaba con dos empresas suministradoras, una llamada El Ancora y otra, más conocida posteriormente, que era Iberduero. En el pueblo se puso con esta segunda. Para conseguir la corriente se tuvo que trabajar duro: los vecinos tuvieron que ir hasta una dehesa de roble que había en San Pedro de Ceque. Allí cortaron robles para preparar los postes y en carros fueron transportándolos y dejándolos por el camino, desde Cubo hasta Ayoó a lo largo de lo que sería la línea.
La novedad del tendido eléctrico se convirtió en centro de las travesuras de los mozos del pueblo. Como me cuenta mi padre “los chavales íbamos a quitar los cables de cobre, les cogíamos cosas que tenían los instaladores, como los aisladores, que les llamábamos nícaros... Entre Congosta y Carracedo habían puesto unos postes pequeños y les tirábamos con cosas para que hicieran chispas y rompíamos los cables. Nos llevaron a los catorce o quince chavales que éramos donde el Ti Alfredo para ver quien había sido, pero nadie daba la cara y nos dejaban ir. También jugábamos con la corriente: íbamos a casa de del Ti José, el padre de Conce y nos poníamos todos los chavales en fila, con Alberto, el de Pilar, el primero (él era mayor y nos mandaba). Agarraba el casquillo de la luz y al último le daba un calambre... todos queríamos ponernos el último para sentir la sacudida, jaja”.
La luz que llegó a Ayoó tenía muy poca potencia, era de 125 o menos y solo funcionaba por la noche. Se pusieron bombillas en las casas, cuatro o cinco la que más tenía. Se idearon “trucos” para aprovechar el nuevo invento, como hacer una ventana que comunicara dos habitaciones de la casa, poner la luz en medio y aprovecharla para dos sitios a la vez.
El transformador se puso donde está ahora. Los vecinos del pueblo hicieron un un chabolo con piedras y en el suelo unas maderas. El encargado de quitar y poner la luz era Antonio Pontejo, al que por este trabajo se le pagaba un jornal (y que le dio el sobrenombre que le ha acompañado toda su vida, “Lucero”).
Nota: Buscando documentación sobre este tema encontré una narración de la llegada de la luz a otro pueblo de Zamora, a Codesal, que curiosamente, se asemeja mucho a cómo se hizo en Ayoó. Quien quiera leerlo puede hacerlo aquí, en esta página de la Asociación Cultural Las Raíces de la citada población.