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Cacharros para cocinar con la lumbre. Fotografía tomada de un precioso blog dedicado al concejo asturiano de Ibias. |
Comidas de pote eran los garbanzos, alubias, berza, fréjoles.... En la cazuela de barro se hacían patatas con bacalao, pollo, conejo...
También se hacían los fideos caseros: se hacía una pasta con harina y venía un señor ambulante con una máquina y los cortaba.
En la página de Hinojal de Riopisuerga(muy completa e interesante, por cierto) he encontrado una máquina de hacer fideos, precisamente, esta, que no sé si es como las que llevaban los ambulantes al pueblo que los fabricaban in situ. Hacían la masa y formaban los fideos. Los hilos se ponían a secar de una vara, unos ocho días y luego se recortaban y se metían en latas (no había bolsas de plástico) y ya estaban los fideos caseros.
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También cuenta mi madre que había comidas hoy muy habituales que entonces ni se conocían: “Macarrones no había, no se conocían y platos como la paella son más modernos”. Todavía recuerdo a mi tía Agustina poniendo cara de asco cuando se encontraba un langostino en la paella, “agggg, cocos”, decía.
También era muy típico el pulpo, de media cura que se llamaba, que ni estaba fresco del todo ni seco del todo. Se compraba al peso y había que ablandarlo antes de comerlo. El pulpo de media cura lo metían en un pozal con agua, porque venía reseco. Así se volvía a rehidratar y ya se queda preparado para poder cocinarse.
Y bacalao, mucho bacalao porque se conservaba bien y entonces no era tan caro como ahora.
De postre, se cocinaba arroz dulce (arroz cocido con agua y azúcar, un clásico de la cocina de la abuela Menta), bizcochos y los días de fiesta se hacían bollos en el horno, con huevo y harina.
Luego estaba todo lo de la tierra, castañas, nueces...
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Asando castañas en la lumbre. Fotografía tomada de la web de Arrabalde (Zamora). |
“De frutas que aquí no se daban -cuenta mi madre- conseguiamos naranjas, que nos las daban traperos que cambiaban la fruta por hierros, restos de arados rotos, las rejas... y también por trapos de lana, refajos rotos, mantas viejas, restos de lana, de jerseys... todo lo apañaban a cambio de un barcao de naranjas.
El día de las comedias por una perra gorda nos daban una naranja, como si fuera la mejor chuche para un niño de hoy”.
“También vendían cerezas vendedores ambulantes que iban con un burro cargado con dos talegas y las ofrecían por las casas. Sandías si se vendían, plátanos, no y el resto, lo que había en casa de las frutales”.
Mi padre recuerda que el primer plátano que vio fue un par de ellos que le trajo Leonides, el padre de los Riesco, los albañiles, sobrino de mis abuelos. Hizo la mili en Canarias y cuando vino de permiso, trajo plátanos como regalo y un par de ellos terminaron en mi casa.
El café era de puchero, se ponía un puchero de barro que hirviera, se echaba el café y se colaba.