Antaño, entre pueblos, había grandes amistades entre habitantes de unos y otros lugares. La relación podía venir por vínculos familiares, por haber tenido que trabajar juntos en alguna labor o por dar con esa persona con la que te entiendes y hacer una relación de favores mutuos.
Este es el caso de un señor de Fuente Encalada al que conocían como Santiago Lobo (Lobo el sobrenombre, claro). Tuvo una gran relación con mi abuelo Teófilo, eran amigos, se ayudaban en la época de la vendimia (mis abuelos compraron una viña en este pueblo vecino, la mejor de todas las que tenían) y mi padre recuerda varias anécdotas protagonizadas por este hombre que paso a relatar.
En la primera de ellas tiene que ver la familia de mi amiga Adela. Su abuelo, Polo, de San Pedro, no tenía hacienda, ni siquiera caballería. El se dedicaba a lo que podía, hacía de picapleitos, arreglaba papeles, contratos, repartía el correo (actividad que ha corrido por las venas de esta familia...). También vendía pulpo de media cura (aquí hablamos en su día de él) y un día mandó a buscar un fardo de pulpo a Gerardo, el padre de Adela, que era casi un crío. Lo mandó con la bicicleta, tenía que ir hasta Fuente Encalada y se puso un día horrible, lloviendo. Lo vio el Ti Santiago Lobo, que le dijo, pero hombre, cómo te manda tu padre venir así, con
este día. Le invitó a entrar en su casa y le sacó una burra muy alta que tenía. Puso
el fardo a caballo y le buscó también una capa enorme que le cubría entero
y le dijo que fuera por El Portillo. "Luego me traes la burra y la capa y ya
vuelves en bici por el campo". Así lo hizo el chaval que nunca olvidó aquel detalle del vecino. Años después le decía Gerardo a Saturnino, el hijo del hombre
que le ayudó, como tu padre había pocos.
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Fuente Encalada |
El Ti Santiago también fue protagonista de otra historia, la de la cabra gemela.
Una cabra
preñada de mi abuelo había dado a luz un cabrito muerto. Un señor del pueblo
que era cabrero, coincidió en el monte con uno de Fuente Encalada y le comentó la
desventura. Este le contó que el ti
Santiago había tenido todo lo contrario, una cabra que había tenido unos
cabritos gemelos. El de Ayoó se lo contó a mi abuelo que ya no pudo ni dormir
por la noche.
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Cabra con gemelos. Foto de Pikist, fotos libres de derechos para diseñadores. |
No había amanecido cuando mi abuelo cogió la caballería y fue hasta su casa. Aún ni habían desayunado
cuando se presentó y le pidió, por favor, que le vendiese el cabritillo (que
realmente era cabritilla). El ti Santiago le dijo que en cuestiones del ganado
él no podía decir nada porque eso lo llevaba su cuñada, Josefa. Una mujer que
había estado unos años en un convento pero no le acabó de convencer esa vida y
volvió al pueblo. No casó y vivió con su hermana Inocencia y su cuñado y ella
se hacía cargo de todo lo que tenía que ver con la hacienda. La llamaban “la
monja”, por cierto.
Josefa dijo que de acuerdo, que le daban la cabra a mi abuelo, pero Santiago Lobo no se la quería vender, se la quería regalar. Mi abuelo dijo que de eso nada, que le daba 100 pesetas por ella. y así quedó el acuerdo.
La cabra se hizo grande, daba muchísima leche y todo el mundo la conocía en el rebaño como la cabra de Fuente Encalada. Fue una gran criadora y mejoró el rebaño. Según mi padre era de mucha mejor raza que las que había entonces en Ayoó.
Como la ayuda tiene que ser mutua, en otra ocasión fueron mis abuelos quienes les echaron una mano a ellos. El ti
Santiago Lobo tenía dos hijos, Saturnino y Pedro, y siendo jóvenes, fueron a ver una comedia a Ayoó y al terminar les
pilló una tormenta y no podían salir con las bicicletas de debajo del tejado de la
iglesia. A uno de ellos se le ocurrió pedir refugio en casa de mis abuelos, que
les recibieron y les dijeron que se acostaran en una habitación que tenían y allí pasaron la
noche. Volvieron con las bicis a su pueblo al día siguiente.
Era el mundo sin
móvil.