Yo soy hija de la
emigración, de la ida de mis padres desde el pueblo hasta la
industria vasca. Como ellos, entre los años sesenta y setenta el
pueblo quedó casi vacío de una generación de jóvenes y no tan
jóvenes, que buscaron un sustento que no tenían en el campo. Los
destinos fueron el País Vasco (concentrados casi todos en Vitoria,
margen izquierda -Santurtzi, Portugalete, Barakaldo, Bilbao... Sestao
se quedó entero para los de Congosta!-, Sondika, Eibar y Ermua);
cinturón industrial de Barcelona y Madrid. También hubo quien
marchó al extranjero, a Alemania, Francia, Suiza... De estos, los
que se fueron más lejos, una buena parte volvió al pueblo tras
ahorrar unas perras, otros quedaron allí, donde formaron sus
familias.
Pero hubo una
anterior ola migratoria, en los años 20-30, que llevó a muchos
ayoínos a cruzar el Atlántico en busca de trabajo en Sudamérica,
sobre todo en Cuba y en Argentina. Al repasar los carpinteros que
hubo en Ayoó nos dimos cuenta de que muchos de ellos habían “hecho
las américas” y así, con la memoria de mi padre, hicimos un
repaso de los que habían marchado en aquel tiempo.
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Maletas de madera como esta eran las que llevaban los sueños de aquellos
que salían de Ayoó.
(Fotografía de la web de Blesa, Teruel) |
Cuba fue un
destino preferente de los que marchaban. Tío Dionisio, hermano mayor
de mi abuela Menta, fue de los primeros en irse a Cuba y trajo mucho
dinero. Mi abuelo Teófilo, el padre de Quico, Fulgencio y otros
muchos fueron sobre los años 29-30 y ya no hicieron dinero.
Como contamos en
el artículo de los carpinteros, allá se fue el Ti Virgilio, donde
aprendió el oficio que luego practicó en Ayoó hasta su muerte en
el accidente de la bodega. También carpintero fue y en la isla
estuvo Tío Aurelio, casado con Tía Kika, hermana de mi abuela
Menta. De allí se trajo mucha herramienta para lo que sería su
oficio.
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Salida de trabajadores para Bélgica. Madrid, 25 de marzo de 1957.
Archivo fotográfico de la Agencia Efe.
Esta fotografía y otras muchas sobre la emigración de ayer y de hoy,
puede verse en el catálogo de la exposición "Memoria Gráfica de la Emigración Española" |
A Cuba marcharon
asimismo mi abuelo Teófilo y sus dos hermanos, Agustín y Manuel. Mi
abuelo trabajó de camarero, en aquella Cuba de la dictadura del
General Machado. Recordaba como llegaba gente al local y le decían,
en puro diálogo peliculero “si alguien pregunta por mi, no me has
visto”.
Manuel, Manolito
le llamaban en Cuba, fue el primero de los hermanos en irse y por lo
que se contaba en casa, era todo un figura. Era ebanista, de lo mejor
de Cuba, pero también le iba la buena vida y la juerga. Tenía hasta
coche en aquellos años. Se metía en líos y le sacaba el juez a
cambio de que le hiciera muebles para su casa. Mi abuelo siempre dijo
que era masón y que hasta tenía una contraseña para que solo
entrasen en casa aquellos que él quería.
Mi padre recuerda
una de las anécdotas de mi abuelo (¡cuántas me contó de aquellos
años y qué poco recuerdo!): Un negro enorme le tiró un vaso de
agua a mi abuelo y se enzarzaron, el negro le llamó a mi abuelo
“gallego de mierda” y luego le dio unos cuantos golpes. Mi abuelo
se lo dijo a su hermano y este fue a ver al agresor, que al ver que
era él se disculpó inmediatamente, “ay, Manolito, que no sabía
que era tu hermano...”.
Murió joven, de
una enfermedad y allí, en La Habana, quedó enterrado. Un tío de
Manolo Casado, el también carpintero de Ayoó, estaba en Cuba -mi
abuelo ya se había ido- y escribió a la familia para decirles que
el hermano fallecido había estado con una querida que le había
sacado todo lo que tenía, que no le quedaba nada. Y así quedó la
leyenda de Manolito en nuestra casa.
También falleció
en Cuba un hermano de Tío Guillermo, llamado Juan y que llegó a
formar una familia en Cuba, tenía mujer e hijos allí.
El Ti Valentín
Barrio estuvo también en Cuba y trajo un trabuco que luego se usaba
en las comedias.
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Emigrantes rumbo a Argentina. |
En Buenos Aires
nació, por ejemplo, mi abuela Irene, la madre de mi madre. Su madre,
la Ti Martina, había marchado a la capital argentina donde murió su
marido, Pascual, mi bisabuelo. Luego volvieron al pueblo, donde cree
mi madre que nacieron las otras hermanas de la abuela.
Aurelio Cortés,
padre de César Cortés también marchó y se quedó a vivir allí,
lo mismo que Pedro Carbajo Aldonza, un primo de mi abuela Menta, tío
de Inocencia y Luis, que se quedó allí a vivir, donde formó su
familia. Hace unos años, ya muerto el padre, los hijos vendieron las
parcelas que tenía aún en el pueblo.
Buenos Aries fue tambien el lugar final para Pepín Alvarez, que estaba casado con una hermana de
Asunción la de Delfín y tenían un chaval. Era hermano de Olegario,
Vicente el Diablo y Bernardino y era muy listo para la madera, se le
daba bien ese trabajo.
Un océano de por
medio puso el padre de Maiximo, que se marchó cuando ya estaba
casado y tenía a su hijo. Abandonó a su familia, se fue a Argentina
y no se supo más de él.
Mujeres no
emigraron muchas, aunque alguna hubo. Una de ellas fue una mujer de
nuestra familia, Tía Andrea, la primera mujer de Tío Agustín,
hermano de mi abuelo Teófilo. De tía era la casa que estaba donde
ahora se alza el Ayuntamiento, heredada de su madrastra. Tía murió
de forma prematura. Fue Cándida la de Francisco y le preguntó a Tío
Agustín por ella y le dijo que estaba en la cama. Como no venía,
fue a buscarla y se la encontró medio inconsciente, le había dado
una trombosis o algo así. Fue mi padre a Santibáñez a poner un
telegrama -la forma más rápida de comunicarse entonces- para avisar
a los hijos. La pudieron mantener con vida hasta que ellos llegaron
y justo después, murió. Tío Agustín se caso en segundas nupcias
con Valentina, una mujer soltera, ya mayor, que vivía al final del
Canto. También murió ella primero.
De otra mujer emigrante me habló su bisnieta, Conchi Riesco:
Mi bisabuela Concepción
emigró para Brasil, entonces decían El Brasil, y allí nació mi
abuela Josefa. Se llamaba Mª Concepción Quiroga y el bisabuelo
Andrés Pontejo. Tuvieron dos hijos, Bernabé y Josefa Pontejo
Quiroga. Él murió en Brasil, siempre oí que trabajó en el campo,
en la caña de azúcar, no sé si mi imaginación ha ayudado, pero
creo que así fue.La bisabuela volvió viuda y ya en el pueblo, se
casó con su cuñado, hermano del fallecido, Domingo Pontejo, supongo
que en un claro intento de mantener las fincas y demás dentro de la
familia. El también era viudo, y aportó 4 hijos má: Teresa, Rosa,
Ramiro y Manuela. El nuevo matrimonio tuvo a Cándida, a Cleofé,
otra de mis tías preferidas, cariñosa, trabajadora y con humor,
madre de Pilarín-Concha, la de Antonio, a Ludivina, madre de
Ventura, y a Emiliana, que se casó con un gallego, Darío, y aún
viven y la veo por las fotos de mi prima Mª Cristina Alonso en
Argentina.
Curioso fue el
caso de Antonio El Carabinero, que estuvo en Buenos Aires y vino ya
muy mayor, al menos con 75-80 años y se casó con una de Molezuelas
¡y la dejó embarazada! Le decía Tina Roca “es usted tizón
viejo” y él le contesestaba, ya verás, ya verás...
En mi casa
recuerdan como otra de las hermanas de mi abuela Menta, Tía Viviana,
fue rondada por un chico llamado Felipe (“Felipe Pilila le
llamábamos”, recuerda mi padre) y le dijo que se casaban y se iban
a Buenos Aires y ella dijo que nones, que no se iba del pueblo. Y no
se casó (con él, al menos...)
Joaquín Alonso
es otro de los ayoínos que llegaron a Buenos Aires. Marchó ya
bastante mayor y fundó una familia en el país argentino con la que
siempre hemos mantenido un gran relación a través de este mundo de
internet. Por ello, hemos pedido a uno de sus hijos, que nos haga una
semblanza de su padre, de cómo les hablaba él de Ayoó, como vivía
el estar allí, tan lejos de su pueblo del alma. Pero esto, para el
siguiente capítulo.
No muy común fue
el caso del Ti Luterio, que era de San Pedro de la Viña, aunque se
casó en Ayoó. Emigró a Nueva York y trajo buenos dineros con los
que se hizo la que en su día fue mejor casa del pueblo. También
trajo el gramófono, del que ya hablamos en su día en Avantales.
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Emigrantes bajando del barco, en Buenos Aires, a comienzos de siglo. |
Entonces aviones
había, pero solo al alcance de los más adinerados, así que el
salto a América se hacía en interminables viajes en barco que
tardaban semanas en llegar. Mi abuelo hacía la comparación del
barco “que era más grande la Iglesia” y donde había cines y
comedores y dormían en camarotes, unos encima de otros.
Evidentemente, este no es un repaso exhaustivo. Si alguno de los que leeis el blog recordais alguna historia de emigración de un familiar y la quereis contar, ya sabeis...