23 de mayo de 2014

La casa de mis abuelos

Lo primero, antes de nada, pedir disculpas a todos aquellos que sepan dibujar, que cuando vean lo que yo he hecho, en fin, risas y algo más. Pero... todo tiene su explicación... Hace ya bastantes años, un día de estos melancólicos, me dio por dibujar lo que recordaba de las casa de mis abuelos, de la que apenas tengo fotos de su exterior y nada de su interior. Cogí unos folios, un lápiz y ahí dibujé, más mal que bien, lo que recordaba de algunos rincones. Hace un tiempo encontré los folios y decidí que sería bonito compartirlos. Seguro que la casa de mis abuelos era como la de los vuestros y los recuerdos de la palangana, la lata o el váter en la cuadra, los tiene más de uno. Los he pasado a rotu (porque si no, no se veían) y aquí me atrevo a enseñarlos.


En la parte de abajo de la casa, a la derecha, había una habitación grande, en realidad eran dos juntas, que habían sido durante años el café que mis abuelos tuvieron abierto (aquí hablaba de él y de otros bares que ha habido en Ayoó). La mitad de la habitación tenía el suelo de cemento, la mesa, una alacena, y el sempiterno balde con agua fresca para refrescar el vino a la hora de la comida.

La mesa, los bancos y el escañil de la casa de los abuelos
La otra parte de la habitación estaba tableada y tenía varias mesas de las que se usaron en el café y que entonces estaban llenas de cachivaches, alguna caja de dulces Reglero, chocolate Santocildes (no es publicidad, es que era lo que había), y grandes bolsas de unos fideos muy finos. 



Y por toda la estancia y por toda la casa, había muchas sillas, de madera, con listones, que ya estaban flojas y te pellizcaban el culo.

Sillita similar a las que había en mi casa. Esta es de Adelina y Alejandro.


Una vez que pasabas las puertas de la casa, puertas grandes, tenías esta pared a mano izquierda, encalada de blanco hasta la mitad, de albero de ahí para abajo. Lo primero era un rincón donde estaban los sacos de azufre y la albarda del macho de mi abuelo. Después había como un escalón bastante alto donde estaba la puerta de la cocina de humo (la única que había), con una pequeña cancilla delante de la puerta.


La puerta de la cocina de mis abuelos era muy similar a esta, que está en la parte de construcción antigua de la casa de Antonio y Avelina.

En el otro trozo de pared había un pequeño espejo con el que se afeitaba mi abuelo y debajo, un pequeño neceser de tela colgado en el que estaban los peines de los abuelos. Abajo, por supuesto, la lata de escabeche a modo de pequeño lavabo.



La cuadrícula que se ve, es un murete de ladrillo que separaba el portal del corral y que sostenía el único grifo de la casa. Por allí solía estar la palancana y después había una cancilla similar a esta, que daba paso al corral.





Al otro lado del portal había otra cancilla. A la derecha estaba la puerta de la sala que había sido café, la que enseñaba en el primer dibujo. También había un espacio que en verano solía estar lleno de berzas y una conejera. Colgada de una punta del techo, la romana. Delante, las sillitas y todo un montón de cosas colgadas de las puntas de la madera, los sombreros de la siega, impermeables, bolsas, plásticos...
Al final de la pared había una puerta de madera, con su gatera abajo, que daba paso a la escalera que llevaba a los dormitorios. Primer peldaño de piedra, el resto de madera. 
El suelo, por cierto, eran grandes losetas de piedra que madre mía para limpiar allí cuando pasaban las vacas o el macho con las pezuñas manchadas...


Esto era lo que menos recordaba. Es la zona de la entrada a la cuadra, lo del medio era la puerta, con barrotes de madera arriba. A un lado, había dos conejeras y quedaba el rincón cerrado con una cancilla de madera. A veces solía meterse allí alguna de la cabras de mis abuelos.
Al otro lado, había una escalera de piedra, debajo una chivitera y a su lado, la piedra de la muerte, donde mi abuela remataba a los conejos si su certero golpe de karate tras las orejas no había sido bueno del todo...




Y termino con las dos ventanas de la habitación que estaba encima del café, también dos habitaciones sin puerta separadora. En la parte delantera dormían mis abuelos, bajo el cuadro del ángel de la guarda.

Mis abuelos siempre dormían con la ventana un poquito abierta, en el alféizar, el botijo y el vaso de porcelana. Y durante años, una revista Hola con una jovencísima Estefanía de Mónaco, ¡¡jaja!!

El primer dibujo es el de la ventana donde dormíamos nosotros, mi hermano y yo, sin puertas por medio, con las uvas secas colgadas de las puntas del techo de madera de ripia, los tabardos del abuelo en perchas en la pared y la pera para apagar la bombilla. Detrás de la ventana, la Iglesia con su rebote de voces (es escuchaban sin problemas conversaciones de Peñacabras) y la robla.



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